miércoles, 2 de diciembre de 2009

Has venido a confesarte?

Recuerdo cómo nos encontrábamos en los baños de las chicas las horas sueltas, cómo no recordarlo. Me esperaba tan deseable, con el pelo revuelto y esas medias tal como me esperó el primer día, y me echaba adentro sin decir nada. Allí empujaba mis pantalones abajo y su falda hacía arriba, comenzábamos nuestro rito y la temperatura subía rápidamente.

Conocía lo que era el asco, como el que veían a veces en mi pelo, en mi cara, en mis actos: en la suma exponencial de todos ellos. E imaginaba que en aquella situación era aún peor, con el sudor y el movimiento animal. A ella parecía no importarle, y eso era lo mejor de todo. Aunque fuera en algo tan trivial, aunque no supiera mi nombre, aunque hubiera otros; eso daba igual.

Aun con todo sabíamos que era humillante y por ello no decíamos nada. Si. Mm. Ya. Mm. Hasta aquel /tienes algo en el pelo/ que recibió entre risas un día me resultó fuera de lugar.

Más que el miedo a que nos encontrasen, en mitad del acto lo que me sobrevenía era pensar en qué pasaría si me enfrentase a aquello. Si alguien pudiera saber de lo que hicimos, ya fueran vivos o espectros errantes. Tal vez estos pensamientos extraños se apoyaban en el humo del cannabis que se colaba por la estrecha ventana, llegado desde el rincón de los fumetas. De allí he visto a profesores sacar alumnos inconscientes en más de una ocasión, lo juro.

Por qué me iban a juzgar esos extraños espectros, si era lo único que daba sensación de escapar. Sí, a pesar de hacerlo en un metro cúbico rodeado de tres paredes de madera y una de azulejo. Ante eso se van el asco y la culpa y todo. Así que una vez terminábamos, al salir al pasillo de nuevo mientras ella se quedaba por la zona, ya no me importaba que alguien me viese pasándome el último botón del pantalón.

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