martes, 3 de noviembre de 2009

Impulso

Sabía que era especial. Lo sabía por la ropa ligeramente descuidada, por las gafas rojas, la forma de cruzar los brazos como diciendo /mi tiempo vale más que esto/.
Al ver una chica así en el tren, intenté imaginarme su vida, su casa, sus lecturas, sus pensamientos… pero era luchar contra mi naturaleza: era inevitable que me imaginase dándole un orgasmo. Cuando en mitad de una conversación sonreía, conservaba el fotograma en mi cabeza y lo transformaba en una cara de placer, en el cual ya la hacía temblar, hacer ruiditos y todo eso.

Tal vez en el cruce de miradas lo haya advertido. Por eso tiendo a no dejar que me miren a los ojos, que me vean adentro. Porque esas cosas, en especial ellas, en seguida lo ven. Y sonreía cruelmente porque lo sabía. Estaba en su cabeza el “¿Quieres, eh?” Y eso me acrecentaba más el fuego, y todo era absurdo.

Miré alrededor y miré a los demás adolescentes. Habían subido hacía unas pocas paradas, y desde entonces hablaban y hacían bromas a voces. Chicos y chicas. Toda aquella alegría me hizo sonreír un buen rato, pero hubo un punto en el que me asqueó. Los imaginaba en sus habitaciones, cada uno tocándose en sus frías camas, y pensé que era una pena que perdieran el tiempo hablando para luego estar escurriéndose entre sus cuatro paredes, pudiendo hacérselo entre ellos.

¿Pero estaba yo enfermo, lo estaban ellos, lo estábamos todos? Tal vez tenían en la cabeza exactamente la misma mierda. ¿Era acaso mi deseo más intenso, más real? No había forma de medir algo así. Lo gracioso es que yo solía decirme a mí mismo que admiraba a las chicas de una forma más /elevada/… ¿pero entonces qué era aquello?

Empezaron, agotadas las energías, las escenitas de cabezas de chicas sobre pechos de chicos. Vaya, tal vez sus camas no estuviesen tan frías como pensaba. Volví a la chica de las gafas rojas. Sonreía mirando por la ventana. Me sentí sucio. Por encima de la candidez de su sonrisa, de la brillantez de su piel, estaba la almizcleña idea de echarla a tierra y hacérselo allí mismo.

Pasé el resto del viaje mirando al suelo, afectado una tremenda e indefinible vergüenza.

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Ficción literaria, claro que sí.


Que te vaya bien, Miss Carrusel - Nacho Vegas

2 comentarios:

  1. ¿Has visto Apocalypse Now? Parecen los pensamientos del capitán Willard. Una gran película. Un saludo.

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  2. Anónimo6:30

    Es posible que la chica de las gafas rojas también pensaba en echarte a tierra y hacértelo allí mismo. Te miraba por el reflejo de la ventana, quizá.

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