viernes, 12 de junio de 2009

Echar a volar

Llegados al instituto por la mañana, oíamos por los pasillos el eco de un a pequeña ave. En los pocos minutos que teníamos, no dedicamos a buscarla, pero las sirena frustró el intento.
Y mientras duraran las clases la voz de la profesora se entremezlaba con los aullidos, o como fuese que pudiere llamarle. La gente pronto lo omitió, lo obvió, como un luz estropeada que parpadea y que a larga no molesta. O eso parecía; tal vez, de forma contraria, estaba en la mente de todos.
Sea como fuere, resultaba muy cruel. Para la hora del patio nadie se acordaba ya, pero yo busqué a través de la reverberancia hasta encontrarlo en el rincón bajo las escaleras ¿Por qué tanto piar, acaso había intentado salir de allí? Cogí y lo dejé en un alféizar del segundo piso, el único en el que las ventanas estaban abiertas. Y esperé a que echase a volar, pero se quedó ahí, sonó la campana, y seguía allí, con la respiración aún agitada.

En el descanso entre clase y clase, volví para ver si estaba.
Pero ya no.


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Schubert: Arpeggione sonata

Una semana, y la asfixiante libertad se cernirá ante mí.

4 comentarios:

  1. Me gusta la idea de asfixiante libertad. Me remite a los existencialistas, a la Náusea de Sartre.

    Algunos de los complementos que das a los nombres son geniales. Desde que lo leí, no puedo quitarme de la cabeza "silencios sinceros", agh.

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  2. Pronto se empieza a bailar con el aire.

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  3. Volar, volar, volar...Por un momento me he sentido como ese pequeño personaje alado. Mi reino por un trozo de asfixiante libertad...compartida. Si no, ¿para qué?

    Gracias por la belleza.

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  4. Tal vez un pajarillo sea libre. Pero nunca podrá disfrutar de ello.

    Buen relato.

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