miércoles, 26 de octubre de 2011
Incendio
Pero cuando la vio, se le olvidó todo lo que había a su alrededor. Salió del edificio y con lo que a él le resultaron pasos lentos y perfectos, se colocó en la acera enfrente del edificio, justo donde esperaba él entre la gente asustada. Pero ella no parecía asustada en absoluto. Llegó con calma y se colocó a la derecha del chico, con unos pantalones de pijama, y una camisa manchada de hollín bajo la que se ocultaban unormes pechos, de los cuáles él aún no entiendía de tallas, pero en los que en realidad nunca se había fijado, tampoco.
Se puso un cigarrillo en la boca y sujetó el mechero en su mano izquierda, lo que hizo pensar al chico que sería zurda como él. Entonces levantó la cabeza y pareció querer alinear en una misma línea de visión la llama del mechero y la ventana de la que se veía más fuego salir, como disfrutando de ello. El chico quedó fuertemente impresionado, pero se dio cuenta de que su corazón ya no estaba tan agitado como antes, y por extensión podía decir ya no estar nervioso. Se le ocurrió entonces dar un paso del que no se hubiese creído capaz, y le preguntó:
- ¿Has empp-pezado t-tú el fuego?
Ella se quedó mirándole con unos ojos más abiertos de lo normal, durante unos segundos que se le hicieron más largos de lo normal, y entonces rió moderadamente.
- ¿Te gustaría que se quemara todo? I've set my house on fire, eso lo decía una canción. Le he prendido fuego a mi casa, por si no sabes mucho inglés. No me acuerdo del título , si me acuerdo luego lo digo. Luego... también está lo de le rouge et le noir, con la de Brel, que se parece a esto. - dijo, señalando a su alrededor - El rojo y el negro, claro, por si no sabes mucho francés. Y deberías escuchar La mer, también, es muy bonita. Fuego, agua, todo es un poco lo mismo. Espero que no se ponga a llover.
Dijo todo esto muy rápido, más rapido de lo que hubiese escuchado hablar a ninguna persona, casi sin que le diese tiempo de entender qué relación tenía cada frase con lo anterior. Pensó en volver a hacer la pregunta, pero se quedó mirándola impresionado, mientras que ella sólo le miró un segundo y luego alzó la cabeza hacia el incendio. Él se fijó a la luz del fuego en que ella no debía llevar sujetador, porque notaba una pequeña sombra en el centro de ambas, un pequeño relieve. Nunca se había fijado en un detalle así, y en el momento le resultó tremendamente excitante.
- Estas cosas se las fuma el viento, eso lo decía un amigo mío. - dijo ella, levantando un poco el brazo para mostrarle el cigarro, aunque fuera el más cercano a él. Se quedó mirando su pelo negro, ondulando por el viento, pero quedándose en su mismo sitio. Entonces ella señaló a una alcantarilla a donde llegaba un pequeño cauce de agua, y aunque él esperaba que dijesese algo, se queda en silencio mientras los dos miran el agua fluir. Entonces ella miró hacia delante y al chico le pareció que estaba pensando si decir algo o no. Entonces, siguió:
- De pequeña vi a un hombre fumar en un incendio, en nuestro viejo edificio. Yo estaba enamorada perdida de él. Tendrías que ver cómo movía las manos, era maravilloso. No me refiero a eso...- entonces rió, pero el chico no entendió por qué.- Y por eso luego empecé a fumar. Pero tú no fumes, eh. No deberías fumar. Me gusta cómo mueves las manos tú, también. - dijo, señalándoselas. - Distinguished manners. Pero sin punto de comparación, eh.
Él se las miró, pero entiendió a lo que se refería, porque no le había parecido que las estuviera moviendo en ningún momento. Ella se apartó para dejar pasar a un bombero que le había tocado el hombro. Miró el tirante izquierdo de la camisa de ella, y la imaginó a ella dejándole soltarlo a un lado. ¿De dónde había salido una chica tan extraña? Él nunca había visto a nadie hablar ni portarse así.
- Ojalá tuviera una cámara a mano. ¿No te parece bonito? - dijo, señalando el edificio en llamas - Me gustaban las cámaras viejas, así manuales, aunque la mitad de fotos me salían quemadas. Estoy soltando muchas palabras relacionadas con el fuego, ¿no es cierto? Será el subconciente. La diferencia entre una fotografía y un fotograma, eso sí lo di. En el cine hay recursos que a veces los gastan y ni los directores saben qué significa eso. Estaba esta peli de Rosellini, o Pasolini, uno de esos, que salía un chico tartamudo y todos los críticos discutiendo qué significaba, no se ponían de acuerdo y él no lo dijo. En fin. Si me acuerdo la diré luego.
Al chico le extrañó que en ningún momento pareciese querer que él hablase, o que se incomódase al ver que no lo hacía. Pensó en decir algo, pero se sintió mal, porque no creyó que pudiese decir nada tan interesante como todo lo que ella decía, a pesar de que tampoco estaba entendiendo mucho. Se imaginaba besándole la cara y besándole los pechos apartando la tela, como nunca le había hecho a ninguna chica. Se imaginaba dejando toda su ropa en un montón al lado de la cama, como hacía al ir a dormir, pero con ella al lado.
- Sí, ya sé que habló demasiado de pelis y todo eso, es que no sé hablar de otra cosa. No sé, me gusta. El ballet en cambio no, no, nunca le he visto la gracia. Tenía un profesor que decía que no le gustaba porque él no tenía sensibilidad. Fue gracioso. Quiero decir, todos pensamos cosas así pero nunca las decimos. La naturaleza y todas esas cosas, preferimos decir que sí, que nos gustan, pero sabemos que no. Y la gente a la que de veras le gusta no lo dice, es absurdo.
Creía que empezaba a tener una erección. Miró la goma del pantalón de su pijama, descubriendo que no se notaba mucho por el momento, y el de ella, que dejaba ver una marca en su cintura hecha por la presión. Se imaginaba metiendo la mano bajo ellas sin quitárselo, la imaginó a ella dejándole hacerlo. La imaginó diciéndole palabras bonitas y complicadas sólo para él, mientras él la descubría y conseguía hacerla excitarse poco a poco, conmovida con sus tímidos intentos primerizos.
- Los ventiladores en las películas representan el deseo, ¿sabes? Bueno, lo de los objetos representando cosas ya les viene mucho de las novelas del diecinueve. Pero películas, hablaba de películas. Las clásicas en blanco y negro suelen estar bien. Algunas son lentas, pero es falsearlo un poco, ¿no? Quiero decir, nosotros vivimos en un mundo rápido, tropezándonos con todo y se nos olvidan las cosas, no veo por qué hay que hacer películas bonitas. Luego la gente quiere cosas que no existen. Aquello sí fue una película, sí.
Ella dio un suspiro apagado y dio una calada. Dejaba su mano en el aire, a mitad entre ellos dos con el cigarro entre los dedos índice y corazón, y una fina hilera de humo se elevaba hasta torcerse y desaparecer. Se la imaginaba quitándose la ropa delante de él mientras decía todas esas películas bonitas en blanco y negro que aún no había visto. Quería que le susurrase cosas bonitas. La erección le llegó al punto máximo, y no quiso verlo de la verguenza que a él mismo le hubiese dado, así que se giró hacia el otro lado, medio de espaldas a ella, esperando que no lo hubiese visto antes. Ella siguió hablando, y él se preguntó si le estaba hablando a él, si pensaba en si le estaba escuchando o no.
- ¿Sabes cuántas palabras dura un cigarrillo? Según, claro. Pero una vez el las contó. Él estaba sentado en la cama y yo de pie y me dijo que hablara así como estaba y que él las contaría. Dijo que dije 623 palabras. Aunque tenía un poco de frío, y cuando tengo frío hablo más rápido aún. Yo de pequeña es que le hablaba a todo el mundo y ellos no me hacían caso, así que estoy un poco ida, pero sabrás disculparme. Si quieres que me vaya puedes decírmelo. Tenía un juego que era hacer palabras con las letras de los coches, así todo el rato y juntando varias, y hacía frases, pero nadie quería jugar a eso. Creo que me he dejado el diario que había empezado a escribir. Hace años también tenía uno. Está bien eso de capturar el momento, luego te se queda y parece que has vivido mucho.
El chico sintió que hubiera podido meterse entre las llamas para buscar y poder quedarse con ese diario por el que ella no tenía demasiado aprecio. Le gustaría leer todo lo que había hecho en esos años; si sentía algo debajo de ese aspecto seco, si había cometido errores, si alguna vez ella había sido algo parecido a él. Sin embargo se quedó allí quieto, esperando la próxima cosa que saliese de la boca de ella. Ella dio una calada, que retuvo unos segundos, y tras soltarla siguió:
- Y aquel hombre... no sé, me preguntaron todos luego preocupadísimos porque yo era pequeña y qué iba a decirles. Que me había engañado y todo eso. No sé cómo empezó, recuerdo una vez en el ascensor que volvía de la escuela, pero ya no sé si lo estoy mezclando con otras cosas o... Antes creía que no me gustaba o que le había odiado, pero no me acuerdo, ¿cómo me voy a acordar? Pero al final siempre te das cuenta de que eso ya lo sabías. Te atontas con las escenas bonitas, pero también sabes que es lo único que quieres. Todos queremos perdernos un poco, ¿no te parece? Le damos simbolismo a las cosas porque nos aburrimos. Bueno, algunos. Quiero decir, eso de personas buenas o personas malas, todos intentamos apañarnos como podemos, ¿no? No sé, estoy desvariando mucho, ¿no crees?
Se preguntó si todas esas preguntas eran de las que no se esparaba que uno las contestase, o si precisamente era lo único que necesitaba. Se sentía confuso. A ratos le parecía al chico que ella hablaba de algo triste, pero no llegaba a entender nada. Ella no parecía triste. Quería estar con ella aún sin saber qué hacían las personas mayores, aparte de eso en la cama. No sabía si ella podía meterse en un grupo llamado personas mayores. No podía apartar la mirada de ella. Los demás adultos no parecían como ella, ella parecía saber algo que los demás no. Con ella resultándole suficiente que se fijase en ella y sólo en ella. Él sabía que nunca iba a poder resultarle interesante, porque nadie le había enseñado a ser así nunca.
- Y yo hablo tanto. Por eso digo que fumar a mí no me hace casi daño. No le doy casi caladas. Me preguntan por qué fumo, no sé, es una cosa absurda, la haces y ya está. La vida es un cigarrillo, quién decía eso. Si me acuerdo luego lo digo. Ya te había contado lo de aquel hombre. En realidad no recuerdo si era un chico o un hombre, igual eres demasiado pequeño para entender esas cosas que hace la memoria. A la recherche du temps. Hay gente que habla de congelar el momento, pero eso en un poco angustioso, ¿no crees? Yo lo dejaría más en formol, ¿Sabes? Así flotando.
Luego, en silencio, por un momento le pareció que ella iba a llorar, pero se fijó y no le cayó una sola gota. Él quería abrazarla aunque solo le llegase por el pecho y hacer que no pensase más en todo eso. Ya no tenía la erección de antes, ni pensaba en eso siquiera, pero seguía pensando en sus pechos, quería escalarla, quería que ella la albergara y le dijese que podría quererse, aunque fuese algún día. Un hombre salió del edificio junto con un bombero y los médicos le socorrieron, lo cual hizo que el chico se diera cuenta de repente del lugar en el que estaba, ya que escuchándola a ella a hablar se había olvidado de todo lo demás.
- Hacía mucho que nadie me escuchaba tanto hablar - dijo, y luego se quedó mirando el vacío y se le marcó una sonrisa que parecía haberle venido sin querer. - Mucho, mucho. Pero ni punto de comparación. Es una razón fea, en realidad. Todos intentamos sobrevivir. Cuando lo del ascensor volví llorando a casa, tenía rojo en la muñeca, sí - dijo, rodeándose la muñeca izquierda con los dedos índice y pulgar de la mano derecha.- pero no me hizo daño tampoco. No me acuerdo. No sé por qué lloraba. Creo que entonces lo supe y con el tiempo se me olvidó. Pero él me escuchaba tan bien. Él se agachaba y me miraba detrás de sus gafas, y me decía que le contase más. Aunque lo hiciese por eso, pero no importa, iba a parte. Él me escuchaba maravillosamente.
Ella dio una calada. ¿Por qué no dejaba de hablar de ese hombre que le había hecho algo malo? No llegaba a entender lo que estaba diciendo, pero ella tampoco parecía que hablase para que se le entendiese. Parecía hablar para llenar el tiempo, y al chico le hubiese gustado que se callase, sentía que de alguna manera ella quería que alguien también dijese algo, pero no se sentía la persona adecuada para hacerlo. Sentía que ninguna persona en el mundo podía decirle nada a esa chica.
- Somos un absurdo, ¿no te parece? Si te fijas en todo lo que te va a pasar los próximos años, todo lo bonito que vayas a hacer te lo habrás inventado. Hacer escenas bonitas, eso es todo. Luego haces las escenas feas bonitas también, para que te dure un poco más, pero es lo mismo. Te lo crees, no te lo crees, va por temporadas. Que por qué fumo, yo qué sé por qué fumo, lo hago y ya está. Fumo en balcón por la mañana y tiro el cigarrillo, qué más razón quieres. A veces un cigarrillo es lo mejor que te pasa en todo el día. Anoche le hice un travelling con la mirada a esa farola y ciertamente fue lo mejor que me pasó ese día.
Al chico le entraron ganas de llorar y no sabía por qué. No sabía si quería ser como esa chica, no sabía si quería entender todo lo que hablaba, no entendía por qué no esperaba que él contestase en algún momento, no sabía si él podría ser algo tan bonito como ella. No sabía bien si la pena de ella le importaba o no, como no sabía casi si su propia pena le importaba.
- Oye, estoy desvariando mucho. Pero me alegra ver que no te caigo mal, por lo que parece. En fin, chico, ¿y tú qué?
A él le dio un fogonazo el corazón, y pensó en si sería una de esas preguntas a las que no se esperaba que respondiese, tal vez porque deseaba no tener que responder. Cómo podía acabar pareciéndole bonito llorar. Su casa estaba quemándose, por culpa de esa chica se había olvidado de que su colección de juegos se estaba quemando, a su padre casi le cae un trozo de la escalera encima, ¿por qué se había puesto a hablarle? No quería verla nunca más, le dijo un sorpresivo sentimiento, que fue solapado por su extremo opuesto, rápidamente.
- Todos somos una peli. Una puta peli. Absurdo. No me hagas mucho caso.
Ella miró alrededor en silencio y tiró el cigarrillo al suelo, aún humeante.
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I'll try anything once - The Strokes
domingo, 25 de septiembre de 2011
Un día y el mar
Mientras, unas cuantas gotas se deslizan por el cuello hasta su pecho. Con ello le viene un escalofrío. Le entra también agua en un ojo, que aún debe tener un poco de champú porque empieza a escocerle también, y en segundos, unas cuantas lágrimas salen de sus ojos. Las contiene apretando los párpados. Se toma el pulso poniendo la mano sobre el pecho. Le va ligeramente rápido. Piensa en calcularlo exactamente con el reloj de la cocina, pero no tiene ganas de quedarse 15 segundos contando.
Al salir del baño se da con el codo en el marco de la puerta y suelta un alarido. Vuelve a su cuarto donde intenta buscar unos calcetines más pequeños, pero los que encuentra siguen rozándole la picadura. Son las 7.10. Se cambia de ropa sin pensar demasiado. Se da cuenta de que no puede pensar ni concentrarse demasiado en nada. Deja la ropa con la que ha dormido sobre la cama. Debajo de la cama está la ropa de anteanoche, así que se agacha y la pone encima también. La esquina de su cuarto donde reposa el bajo, que hace meses que no toca, tiene mil cortecitos, y parece llora. Le llega un mensaje publicitario de su compañía telefónica. Vuelve a bloquear su móvil.
Da pasos hasta su amplio e iluminado comedor. Le echa de comer a su tortuga, a la que nunca ha puesto nombre. Quita el disco de su equipo de música, para guardarlo en la caja. La cierra y la devuelve a su sitio. Piensa en poner alguna canción, pero le costaría demasiado, y sólo quiere hacer tiempo. Se echa en el sofá y se queda observando su respiración. Mira sus pechos subir y bajar. Espera sentada a la hora de irse, y piensa que debería poner el despertador 10 minutos más tarde. Se da cuenta de que no puede pensar muy bien. Antes ya había pensado eso. El tobillo le pica mucho, vuelve a rascárselo.
Vuelve al cuarto, donde ve un mosquito más grande de lo normal posado sobre la pared. Ana sonríe súbitamente. Coge un libro de la estantería y prepara bien su golpe, intentando poner el libro cerca. Pero al dar el golpe, el mosquito escapara por un costado, y vuela hasta el techo.
- DIOS! – grita, tan alto que la han escuchado varios pisos arriba. Mañana un vecino le regañará por ello, y ella pedirá perdón sin saber qué excusa poner, puesto que le cuesta tanto pensar.
Vuelve al comedor, mira su reloj y son las 7.20. Intenta enchufar la televisión, pero no funciona el mando. Prueba el botón del aparato. Aprieta y aprieta y aprieta el botón varias veces, apretando con fuerza el pulgar hacia dentro. Pero sigue sin funcionar. Golpea el mando en la pantalla y lo deja caer. Se echa a llorar en el sofá, y se recuerda a sí misma a un cuadro famoso que vio hace mucho tiempo. Intenta limpiarse las lágrimas, pero escucharse a sí misma llorar y aspirar le conmueve y llora aún más. Se da cuenta de que la televisión estaba desenchufada. La había desenchufado ella misma hacía un par de días. Se seca las lágrimas con la manga de la camisa e intenta no pensar en nada.
Va a la cocina, donde llena un vaso con agua del grifo y se lo bebe. Prueba el interruptor de la luz mientras mira la lámpara. Funciona bien. Luego, mueve lentamente el vaso sobre la encimera, escuchando el sonido que hace. Se toma el pulso mirando el reloj durante 15 segundos. Multiplica 26 por 4. Mañana contará 29. Una vez un poco más calmada, mira por el ventanal. Suenan pájaros afuera, apagados por los cristales cerrados. Sin razón le viene a la cabeza un verso inventado. Cantan pájaros, resuenan tempestades. Son las 7.26. No desayuna. Se alisa la falda. Abre la puerta para ir al trabajo, cierra, se va.
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Tiomnaya Noch, Temnaya Noch - Mark Bernes
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Cajón
lunes, 12 de septiembre de 2011
Calcetines
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Koop Island Blues - Koop
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sábado, 3 de septiembre de 2011
Poder dormir
Luna [Blanco/Amarillo]
Madre[Amarillo/Naranja/Rojo]
Padre[Violeta/Negro]
lunes, 11 de julio de 2011
Protectores
Ese día, un martes nublado, Ezequiel propone pasarse por el metro para controlar las incidencias. Para ir abajo, utilizan las escaleras mecánicas. Etéreos, pero mantienen la elegancia. No les gusta atravesar a la gente, y deducen que a ellos tampoco les agrada sentirse atravesados. Ya no digamos cuando se quedan en el mismo sitio que ellos. Bajo la ropa y a primera hora de la mañana, no es una sensación agradable. Y como la gente tiende siempre a rellenar los huecos, usan la vía libre.
- Con un chorrito de vino está muy bueno.
- Saqué tres de la biblioteca, y este que…
- Hoy no tengo ganas de hablar, de veras.
- Beber al mediodía, estáis locos.
- No me gustan estos lugares tan cerrados, subterráneos. – plantea Ezequiel al llegar abajo.- Y a parte, la gente habla tanto… El ruido de las bocas y tripas. Una espiral terrible, desgarro. Y el silencio interior.
Ellos, tal como eran, podían pasar del lenguaje más recargado a hablar casi con miradas. Dieron vueltas alrededor. La gente iba al trabajo o estudiaba. A Jeremías le temblaba el brazo de inquietud. Da vueltas en círculos, aprovechando su ligereza, aprovechando la ausencia de un sistema de equilibrio que le diera náuseas. Cuando vivía era tan complicado, decía. Cuando vivía intentó aprenderse el mapa de todos los trenes, con sus intersecciones y todo. Ahora también podía hacerlo, pero resultaría demasiado fácil.
- Apunta. – Decía Ezequiel - se les ve más alterados de lo normal. Más agresivos.
- Y más limpios.
- Apunta. Los jóvenes parecen más, más…
- ¿Más?
- Nos faltan palabras, ¿verdad?
- Cierto.
- Bien, ¿qué pongo?
- Táchalo.
Los dos miraron un poco más alrededor, buscando qué decir sobre gente acerca de lo que no había mucho que decir. Tampoco sabían bien cuántas páginas necesitaban, o el orden que debían tener.
- Toda la vida he odiado que me hagan escribir por escribir. Poner más palabras de las que hacen falta. Y ahora esto. Es exprimir pulpa. De naranjas pochas. ¿No es horrible, Zeta?
- Sí.
- Pero también lo usaba para exámenes de los que no me sabía casi nada.
- Di ideas.
- Nunca me escuchas. Qué se yo. Los viejecitos parecen tranquilos
- Sí bueno, ellos siempre…
Entonces fue él quien empezó a hablar mucho, y mientras le hablaba, Jeremías solía mover la cabeza a un lado y a otro, como si aquello fuera una comedia. Aquello enfurecía a Ezequiel sobremanera. Éste dijo, recordando:
- La otra semana, cuando estaba con Nana, vimos una pelea en una estación de estas. Los aires acondicionados no son buenos, no. Una lid, una justa, una contienda. Nada, eran dos borrachos, no había honor ahí.
- Un zafarrancho.
- Sí, eso.
- ¿Se hicieron algo? ¿Les dejasteis?
- Qué va, sólo jugaban un poco. Esa gente no llega nunca a hacerse nada.
- Ya veo. – dijo Jeremías, que movía el boli entre los dedos y chasqueándolo de vez en cuando.- Espero que cuando terminemos me deje quedarme este boli. Es muy bonito.
- ¿No quieres que nos vayamos?
- Si ya me he acostumbrado, qué más da.
- Como quieras.
Un tren había llegado al andén, que estaba ya justo lleno de personas. Entonces sintió Jeremías ese picor en el brazo que conocía, que volvía a veces. Podía ser una oportunidad. Debía estar atento, muy atento. Miró alrededor. ¿Esos hombres? No, esos hombres no. Claro, qué tonto, el picor es cuando está por venir. Miró hacia las escaleras. Entre la gente, vio a una chica apresurándose en bajar y al escrutarla, había algo en ella, cómo se movía, y cómo…
- ¡Rápido, haz que salga ese tren!
Ezequiel corrió al lado del maquinista y sopló en su oreja. Éste cerró inmediatamente las puertas, haciendo justo que cuando la chica llegó a pulsar el botón, no sirviese para abrirlas. Se quedó frustrada, mientras el metro que quería desaparecía.
- ¿Qué coño haces? – Dijo alterado Ezequiel, mirando a todos lados. - ¿Por qué…?
- Es un plan.
- No veo que hayas salvado ninguna situación, y mucho menos, vidas.
- Es lo que pienso hacer. A su manera. Sólo espera.
Pero en fin, el túnel tragaba trenes con la misma facilidad con la que los vomitaba por el otro lado. La chica, de pelo castaño rizado, miraba a la gente a su alrededor.
- Es que estuve el otro día dando vueltas, viendo la gente pasar, y pensé…
- ¿Que has estado dando vueltas? Maldito cataplasma diurético.
- Oh, déjame. Mira, mírala. Bucea en ella, ¿no lo ves?
- No nos incumbe. Además, ¿qué vas a hacer tú? No puedes arriesgarte.
Una mujer balanceaba un carrito para calmar a su bebé. Hush baby don’t you cry. Nunca se sabe bien por qué llora un niño; puede ser hambre, sueño, o incluso nada concreto.
- ¿Estamos encerradísimos en esto, no te parece? En todo esto, condenados a mirar y mirar. Sólo quiero agitarlo todo un poco.
- Oh, y ya puestos a agitar, por qué no descarrilas el tren, directamente – ironizó Ezequiel.
- Eres imposible.
- Pero finito, para tu suerte.
Jeremías no tuvo más opción que sonreír, señalando vagamente.
“No escondas tu desgana en forma de un supuesto rigor, Ezequiel.”, ya le había dicho hacía unas semanas.
- Pero no podremos decírselo a Él. – seguía enfurruñado Ezequiel.- Quiero decir… es absurdo. No está en las normas. No es nuestra labor. Él no acepta estas cosas.
- Ah, no las acepta, no las acepta. Pero el mundo sigue en pie, ¿no? No se han separado los electrones de sus núcleos, ni el sol se ha tragado a sí mismo.
Tu nocividad y tus miedos. La elevación no te libra de nada; en la lógica misma de todo, están los fallos humanos. A su imagen y semejanza, decían. Los antiguos lo entendían mejor, a su manera. Sin querer, pero… La chica seguía esperando. Un chico joven bajaba, y Jeremías asentía con la cabeza. Claro, claro. Ese era el chico que imaginaba, no sería complicado, sólo…
- Imagina lo frágil e intangible que puede ser todo. Un toque, una chispa, y…
- Ni nosotros sabemos de esas cosas.
- Pues podríamos empezar a investigar, no?
- ¿Nosotros?
- Al menos como probabilidad.
- ¿Posibilidad, dices?
- Ya, perdona. Es que sonaba mejor.
Vieron pasar más gente. Con los nervios acerca de si iría bien su plan o no, Jeremías sentía la imperiosa necesidad de hablar.
- Pongamos que hay una habitación con alguien que ve a una persona y otra que no. En teoría, tendría razón la que no lo ve, pero reducido a términos lógicos….
- No me molestes con eso ahora.
- No, espera. Quiero decir. La persona… Es muy complejo. En tanto que para uno sí y otro no, no podemos remitirnos a una realidad elevada, a una verdad.
- Estás pinzadísimo, ¿no te lo habían dicho?
- A veces.
Una chica tiraba un sándwich a la basura. Una chica se alisaba la falda. Dos hombres con traje hablaban de negocios. Un viejo miraba el mapa de trayectos. Blablabla. El azar. Para haber tanto azar… “Lo que yo no sé es cómo el mundo aún se tiene en pie”, masculló Jeremías. Le recordó a una frase que solía usar para quejarse en vida “El mundo es un lugar terrible para vivir”
- El mundo se sostiene, qué maravilla. Milagroso. La gente sigue entendiéndose dentro de lo que cabe, encontrándose por casualidad, cantando por la calle y demás. Demasiado bien va todo. Estoy seguro, digo, convencido, de que no soy el único que se salta las normas de vez en cuando. Sí, estoy convencido. Ojala los demás no sean como tú, Ezequiel.
- Deja de meterte conmigo.
- Si sabes que yo…
- Apunta – seguía Ezequiel, con indiferencia a la discusión – esos dos hombres, no son de fiar.
- Nunca me cuentas nada de cómo eras antes.
- Tenemos que ceñirnos a esto.
Ahora lo veía todo tan sencillo. Tomar notas no era más que quejarse, un pozo de quejas con que Él no iba a hacer nada. El mundo hacía lo que quería y estaba lleno de olores desagradables. Qué si no. Igual ni siquiera existía. Igual todo era un sueño y seguía en coma tras aquello.
- Acepta que todo esto es mejorable.
- Que sí.
- Si tú no le cuentas nada a Él, no pasa nada.
- Pero a su vez… si no lo cuento no servirá, será una gota perdida en el tiempo.
- Si esos dos chicos van a estar bien, qué más te da. Con lo lioso que es todo. Creo que es el momento de empezar aceptar que hasta Él se pierde en la anchura del tiempo, maldita sea!
- No me gusta ese tono.
- ¿A qué estamos, a Viernes? Tranquilo, sólo me aguantas dos días más, y luego todos contentos. Que se te harán lustros sí. Un lastre. Lestrigones que se comían a los niños.
El chico y la chica, que debían ser de la misma edad, estaban de pie relativamente cerca, pero aún no lo suficiente para el gusto de Jeremías. Tenía que buscar alguna manera, porque sabía que su compañero no permitiría recurrir a tocar a nadie, eso sí se hacía sólo en ocasiones muy concretas. Una estación de metro es poco más que un agujero en el suelo, sólo escaleras y aire acondicionado y anuncios rectangulares y no había nada que ayudase a….
- ¿Por qué odias a la gente, Zeta, querido?
- No odio a la gente. Ni fu ni fa.
- Tú no puedes tener la cabeza fría. Nadie puede. Por más que pesemos medio gramo. Odias a esa chica.
- Puestos así, tú también la odias, no. Me odias a mí. Y es un cuarto de gramo.
- No te odio. Además, hablas muy bien.
- Ya, bueno. Tú también.
- Merci – dijo Jeremías, moviendo la mano en círculos, como si fuese una reverencia.
El siguiente metro llegó. Aún le daba vueltas a su plan. Como Ezequiel no decía nada, entendió que no le importaba. Siempre que, claro. ¿Sería necesario decírselo a la oreja? No, claro. Desde un poco lejos podría, aunque más personas lo entenderían así. Sí, era casi perfecto. Pero el vagón es grande y… No, deben estar juntos, juntos. Siendo así…a un par de pasos, idóneo. Sube, sube, sube ahí, sube ahora. Subid.
- Y a ese chico…- seguía insistiendo, su compañero.
- Mira, yo me hago cargo. En mis ratos libres pasaré a verles.
- Ah sí, tus paseos nocturnos. Claro, claro. ¿Pero lo has pensado todo? Tal vez ese…
- No.
- Y si…
Los dos jóvenes subieron y las puertas se cerraron a sus espaldas, mientras que los dos urdidores se quedaron en el andén.
- Seguro que les irá genial. – Dijo Jeremías.
Vio un botón en el suelo. Se agachó para recogerlo y lo metió en su bolsillo. El mundo era un vertedero precioso. Dejó caer la libreta. En ella sólo había rallajos. La gente pasaba y le miraba con precaución. Algunos conocían ya al chico Jeremías. El chico de la libreta. Los de seguridad le dejaban estar, no se metía nunca con nadie, no causaba problemas.
- Nadie sabrá jamás la bondad de tus actos, Jeremías.
- No importa.
Sonrieron suavemente, con la elegancia de un joven depresivo. Levantaron sus manos izquierdas a mitad entre ellos y tintinearon los dedos, con afecto.
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The orchids - Psychic TV
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domingo, 3 de julio de 2011
Sol
- ¿Qué coño haces? – le interrumpió su padre, que había entrado en el comedor.
- Nos lo ha enseñado Toni, se pueden ver colores así.
- ¿Quién es Toni?
- Nuestro profesor de Conocimiento del medio.
- Deja de hacer tonterías, anda. ¿Ya haces exámenes?
- No, el año que viene.
- Ah, bien, bien.
El padre se sentó en el sofá y exhaló cansadamente. "Dónde está el mando"
- Y levanta la espalda, que pareces un simio. – poniendo la mano para corregirle a la vez que lo empuja hacia fuera. – O te acabaremos poniendo el aparato.
Cuando era más pequeño, Andy había visto en casa del abuelo un extraño aparato que decían le sirvió para enderezar su espalda, y que parecía sujetarse alrededor de todo el tronco. Le causó tanta impresión que desde entonces sus padres lo amenazan con él. Tras abandonar el comedor, va al baño porque cree que va a tener ganas de hacer pis, pero en realidad no las tiene, así que vuelve a salirse. En realidad no sabe muy bien qué hacer. El colgador de abrigos en la entrada le daba miedo unos años antes, pareciéndole un hombre con gabardina. Pero ahora ya había crecido, claro. Oye el tic tac del reloj, viniendo de la cocina, y prueba a sentarse en una de las sillas.
Al ir hacia allí, ve el pasillo, un largo pasillo que siempre se le había antojado misterioso y amenazador. Su madre llenaba una olla de agua. Andy escuchó el agua caer ante la pared de metal inclinada. Pensó que sería un desperdicio si el chorro cayese mitad fuera del borde. Pero caía limpiamente. En el frutero, todas las frutas estaban ordenadas como una pirámide. La puerta del microondas estaba a medio abrir. Entonces, el golpe seco al cerrar el grifo le hizo decidirse:
- ¿Qué le pasa a papá? – preguntó.
- Nada. Es el estrés del trabajo.
- ¿Qué es el estrés?
- Que el trabajo le sienta mal.
Quedó callado. Sabía que papá era obrero. No le parecía tan mal trabajo, hacer casas para la gente. Aunque a él no se le ocurría nada que pudiera ser, de mayor.
- ¿A ti te gusta cocinar? - preguntó.
- No está mal – dijo ella, girándose con una sonrisa.
Movía las piernas y sentía los talones dando en el reposapiés de la silla. Recordaba aún cuando dejándolas sueltas simplemente apoyaba los pies en ellos. Se hacía un mundo pequeño, pensó. Y al salir, vio el pasillo. Rara vez se atrevía a salir de noche, sólo por ese pasillo, como si fuese una entidad en si misma, regida por otras leyes. Retenía el pis si hacía falta. Igualmente, de todas maneras, sabía que aquello no podía introducirse en la habitación, que bastaba con no abrir la puerta entonces. Andy entreabrió la puerta del comedor, y en el sillón su padre se hacía un cigarrillo, que descansaba entre sus dedos hilando el humo hacia arriba.
- Oye, ven para aquí. – dijo, más suave que cuando le había hablado antes. Andy se acercó y su padre se quedó unos segundos callado, mirando hacia la ventana por la que entraba la luz, que empezaba a ensuavecerse. – Mira…- seguía, con incertidumbre. Le temblaba ligeramente la mano con la que sujetaba el cigarrillo - No pierdas el tiempo, sólo eso. No creo que hagan falta grandes palabras para decirlo. Sólo intenta tenerlo en la cabeza, quieres. Ahora no, pero cuando crezcas. No lo pierdas. Y si ves que se te va haz lo que esté en tu mano, pero no lo pierdas.
Seguía echado en el sillón, con el volumen de la televisión bajo y el mando en su regazo. Soltó un suspiro apagado, inintencionado.
- Con la televisión no se llega a nada. No enchufes nunca la televisión. De hecho, apágala si la ves encendida.
- Pero tú estás todo el día viéndola.
- Ya.
- Mmm. ¿La apago?
- No, no. Déjala.
Andy estaba confuso, tanto por las palabras que le había dicho como por la contradicción final. En todo ese rato su padre no le había mirado, al menos directamente. Excepto al final, cuando le dijo:
- Y levanta la espalda. Te vamos a poner el aparato ese, eh? – y rió a desgana.
Andy quedó perturbado por unos segundos. Sentía que había rozado el mundo de los adultos por primera vez, además de por todo lo anterior, especialmente por la risa final. Porque con ella le era revelada una broma, que había durado tanto tiempo, que de golpe y porrazo entendió que había un mundo del que no sabía nada de nada, y que todos jugaban a callar y hablar en correctas proporciones. Se le antojaba un mundo desconocido y descorazonador a partes iguales. Asimismo, jamás había caído en que muy pocas palabras pudieran estallar así en una cabeza, implicando tanto significado, desenredándose como una bola de lana.
- Anda, ve un rato a tu cuarto. No pienses mucho en lo que te he dicho, es sólo una tontería para cuando crezcas. No le digas nada a mamá, eh?
Andy asintió, salió y cruzó el pasillo para ir hasta su cuarto, que se encontraba justo a la mitad. Le daba la sensación de que con un poco de empeño, si se quedaba mirando, al fondo podría ver algo. En ese límite incierto en el que el negro empieza a dejar ver un color oscuro, podría aumentar el contraste, delimitar una línea. Debía haber una manera.
Fue hasta su cuarto y sacó el cajón de los juguetes de debajo de su cama. Le pesaba mucho menos ahora, arrastrándola. Allí estaba todo con lo que pasaba las tardes. Estaba la bolsa de vaqueros de plástico, el castillo y los pequeños coches y tractores, que con el tiempo había ido acumulando de las tiendas de baraturas en su ciudad. Se quedó mirándolos, atendiendo a su respiración, pero descubrió que no tenía ganas. El último día que había jugado con ellos era hacía una semana. ¿Qué había hecho en las tardes que precedían a esta? No se acordaba. En realidad, tampoco se acordaba de muchas tardes con los juguetes. Sí, recordaba aquella ver que había imaginado una gran batalla diseminando los soldados por los muebles de la habitación, y con las cartas de papá, cuando hizo aquella pirámide que se desplomó casi cuando ya estaba hecha. Pero ahora no tenía ganas, sintió que se aburría, un aburrimiento que no tenía mucho que ver con hacía un par de años, cuando después de horas en el parque consideraba que había tenido bastante.
Se acercó hasta la ventana y golpeó el vidrio. Un edificio enorme, al otro lado de la calle, se alzaba a la vista. La parte superior tapaba unas nubes que tapaban el cielo.
- Yo nunca podría hacer algo así. –murmuraba.
No tenía ganas de estar allí, en realidad. Quería hacer un poco de tiempo. Fue hacia la cocina otra vez, cruzando el pasillo. Con un poco… de su parte. Podría ver algo, sí, tal vez engañar a su cabeza alejándose poco a poco, o acercándose. Algo. O alguien.
Se sentó a esperar en la cocina. Su madre, mientras, cocinaba, y el sonido del cuchillo contra el mármol lo sumió en un estado que no conocía de antes. No sabía muy bien a qué esperaba. Tenía la cabeza vacía, el sentimiento de que podía ser de noche, ser el día siguiente, ser el año siguiente, todo rápido y lento a la vez. No sabía a dónde ir, pero de repente la casa se le hizo muy pequeña. Una pregunta revoloteó en su cabeza, y justo iba a preguntársela a su madre, cuando la olvidó. Se quedó moviendo los dedos de la mano como si le cosquillearan, por encima de la mesa.
El pasillo al fondo estaba oscuro. Y el resto del mundo, en su claridad, aparecía ordenado.
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Hola, queridos cibernadie. He escrito. En Madrid escribe un porrón de gente. Así que yo que sé. Mejor no pongo canción, ninguna le pega. ¿Cómo os va?
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jueves, 7 de abril de 2011
sábado, 26 de marzo de 2011
Alina
- ¿Ya estás aquí?
- Sí.
Fue hasta su cuarto, caminando raro como sólo ella sabía, medio coja y rozando la mano en la pared. Se le hacía extraño pensarse una persona en el mundo, y tremendamente inexplicable. La cama estaba deshecha aún, y había un montón de cosas en el escritorio.
Dejó la mochila en la cama con pesadez, pero se quedó en el borde y cayó boca abajo. Ella la levantó de nuevo, dejándola en la esquina. Y se tumbó boca arriba con los pies en tierra. No se quitaba de la cabeza el momento de presentar su trabajo. Tal vez leyendo un papel, sí. Rápido, muy rápido. Cada vez que ellos exponían, tenían esa facilidad para contar lo que querían decir, para ser ordenados y sonreír. Siendo su primer año, y en una clase tan grande. La lámpara y su sombra. Pero tan lejos, tan lejos. Cuando está por hablar, siente hay algo que la frena. Era más complicado, en realidad.
Si ellos supieran, lo que hacían las palabras en su cabeza.
Alina se sentaba siempre en sillas apartadas. Prefería llegar un poco tarde para ver si debía sentarse unas filas más atrás, o en la última de alguna sin nadie al lado, puesto que nadie va a pedirle pasar para sentarse al lado inmediato. Le gustaba tomar té para poder pensar mientras se sucedían las clases. A veces sonreía recordando tonterías, pero no con las bromas de clase. ¿Gente común? Ella no sabía nada de esas cosas. Tal vez algún día le gustaría intentarlo, pero no lo tiene claro. Puesto que con cada palabra que pudiera salir de una boca cualquiera, ella sentía morir de pura filantropía.
Sentía que en algún momento, Dios sepa cuándo y por qué, se había tropezado con una piedrecita en su pensamiento. Pero en el esfuerzo por levantarse, cayó aun más estrepitosamente, y quedó enredada para siempre.
Salía de clase rápidamente, siempre. La lámpara y su sombra. No tenía ganas de levantarse. Cada vez que llegaba a casa, le dolía la pierna.
Una vez, de pequeña, tenía que aprender una complicada pieza de flauta para clase. Nadie más iba a tocarla, pero ella quería hacerlo. Cada vez que fallaba, se golpeaba en la pierna con ella. Estuvo así toda la tarde, hasta terminar con la pierna dolorida, sabiéndose la canción. Cuando el profesor le preguntó, ella quiso empezar, pero sólo le salían las dos primeras notas, una niebla le impedía ver todo lo demás. Volvió a intentarlo sin efecto. Recuerda cómo se frotaba la pierna, sin saber qué hacer.
Ellos no sabían la compostura con la que aguantaba todo.
Entonces se levantó y fue al baño. Allí se desabrochó los botones del pantalón, que se bajó junto a las braguitas para poder mear. La taza estaba terriblemente fría, ya por esa época. No le importaba. Podía tocar también el bidet, con la mano y sentir el tacto gélido. Vio algunos cortecitos en sus yemas. Quién sabe cómo. Vio las manchas del suelo. Y una toalla hecha de mil pelitos. Vio el rededor, y sin querer se vio a sí misma, justo los ojos donde empieza el espejo. El pelo cayendo por los dos lados. Apartó la vista rápidamente. No se reconocía. Ya no se veía ni como personaje. Una especie de cero persona, perspectiva decimal. Empezaba a pensar en aceptar con naturalidad su lugar en el mundo.
Al levantarse, su madre preguntaba:
- ¿Sabes ya las notas de clase?
- No, aún no.
Contestó ella, levantando la voz.
Alina entró en el comedor. La televisión estaba enchufada y su madre sentada en el sofá. Sonriendo, pasó la mano por el pelo de Alina cuando ésta se sentó, planteándole hacerse mechas. Ella se la apartó. A veces tenía pesadillas en las que salían sus compañeros de clase. En algunas se besaban entre ellos, y sin razón resultaba horrible. Las risas del día se convertían en muecas ahora.
- Te he hecho puré y un sándwich.
Parecía tan pastoso todo. No quería quedarse allí. Cogió el plato y lo sujetó en su mano izquierda.
- Voy a… - dijo en voz baja, señalando hacia la puerta.
- Oh, está bien.
Fue hasta el cuarto, de nuevo, rozando con las yemas de los dedos. Cerró la puerta, asegurándose de que su madre no venía. Cogió el sándwich y lo metió en el bolsillo pequeño de su mochila. No era ese tipo de chica. Sólo no tenía ganas de comer, pero no era ese tipo de chica. Dejó el puré en su escritorio, y prefirió esperar un poco. Tal vez así. Podría comerse la mitad y decir que no tenía más hambre. Miraba el plato como tratando de encontrarle un sentido, con la luz del sol llegando desde arriba. Se dio la vuelta.
Tras dar un par de pasos, hizo una reverencia, uno de los gestos que le gustaba hacer cuando estaba a solas. El lago de los cisnes resultaba una obra perturbadora. El amor salvando de un hechizo. De alguna manera, el hechizo era un símbolo mucho más fuerte que en cualquiera de los cuentos típicos. Un símbolo de la caída real, con muy poca magia en ello.
Era un ser tembloroso y débil. Perdida en pensamientos espirales y miedo por la vida. Y se preguntaba si nadie la querría así, como alguien a quien mecer con fe. Ella se sentía un gusano, echada en tierra, mientras que el mundo seguía allá arriba, en las nubes, a la altura de la mirada de las personas.
Si ellos supieran lo más mínimo de ella.
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Autumn song - Tchaikovsky
Form
jueves, 24 de febrero de 2011
Hija del viento - A.Pizarnik
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
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sábado, 12 de febrero de 2011
Secreto
Por el camino le dije que no me gustaban sus amigas. Bueno Gal•la sí, sí me gusta. Y su nombre es muy bonito, pero cuando se lo dije se rió de mí. Eso no me gusta. Tenía los zapatos desgastadísimos. Todos me dicen que arrastro los pies, pero yo no tengo la culpa de tener las piernas tan largas. El padre de Adrián es zapatero y es graciosísimo, aunque sólo lo he visto dos veces. Todo el mundo está preguntándome siempre qué quiero ser de mayor, y yo siempre digo que no sé con los hombros.
Cuando le pregunté a Hermana si iban a estar todas sus amigas, me dijo que no iba a estar ninguna, pero que ya me lo explicaría. Me gustan las sorpresas. Había unas nubes muy bonitas. No parecían de esas que fueran a llover. Papá está diciendo siempre que quiere que llueva para sus árboles. En realidad yo no sé mucho de todo eso. En escuela cuando preguntan si sabemos cuándo se coge una fruta casi todos lo saben, pero yo no.
Entonces llegamos. En realidad cuando decimos que vamos al río es que vamos al lado del río. Había un trozo con hierba y cosas muy bonito. Estaba un chico que había visto a veces. Pero no sabía su nombre. Después de que el chico me dijera Hola, Hermana me dijo que si me quedaba un rato mirando al árbol me daría su ábaco. Y como a mí me gustaba mucho le dije que bien. Y tampoco tenía que decirle nada a Madre. A veces Hermana me hace guardarle secretos, y yo no digo nada por no fastidiar.
- ¿Cuánto rato tengo que estar así? – le dije.
- Ya te he dicho que hasta que te avise.
Me puse a mirar al árbol. No era un árbol especial, ni siquiera era bonito. Había hierba de un verde muy triste, en la parte de debajo. Me gustan los árboles cuando tienen pájaros, un día Papá me contó una historia muy buena sobre un pájaro que se escapa de una jaula. Y luego…luego le pasan un montón de cosas, pero al final se encuentra con su amigo y le dice…cómo era. No me acuerdo. Perdón. No tendría que haber dicho nada. De veras, perdón. Sólo pasa que de mayor me gustaría contar historias muy bien, y que la gente me escuchase y comprase libros míos y todo eso.
Parecía que no estaban lejos pero tampoco cerca. Para que se me escuchase tenía que gritar. Había pasado un buen rato y me dolían la espalda y un poco las rodillas. La abuela está fatal de las rodillas y de vez en cuando se tiene que poner hielo.
- ¿Puedo cambiar de árbol? – le dije
- No, no puedes.
Arriba tenía las hojas marrones ya. Me había agachado y jugué un rato con la tierra, pero me dejó las manos rugosas y no me gustó. Luego cogí una piedra y empecé a golpear el tronco. Al final saqué unos cuantos trozos. Algún día papá me dejará coger leña con su hacha. Tumbaré un árbol muy grande y de ahí sacaremos leña para todo el invierno.
- ¿Puedo mirar ya? – le dije.
- No.
Oí las risas de ellos dos, y empecé a hablar solo. A veces lo hago porque me gusta. Y a veces es porque no estoy con nadie, o porque no quiero pensar en algo. Decía que seguro que les parecía muy divertido tenerme así. A todos les parecía muy divertido jugar a fastidiarme. Aún escuchaba las risas y me puse a golpear con las piedras los trozos de madera que había sacado. Nunca la había escuchado reírse así. Cuando no estamos enfadados ni nada se ríe conmigo, pero diferente. Era como si se riese bajito, como si nadie la tuviera que escuchar.
- ¿Ya? – le dije.
- No.
Intenté rascarme en el tronco la palma de la mano para ver si podía sangrar sin hacerme daño. Incluso probé con un poco de daño. Pero no pude. Odiaba ese árbol. Odiaba tener la tierra bajo mis pies. Después de eso, pensé que odiaba a todo el mundo y que quería apagar el sol. Eso me asustó un poco, porque parecía algo que diría una persona mayor. No sé explicarlo. Me pareció que no era bueno. No tan pronto. Ni siquiera una persona mayor diría eso.
Para cuando me dejó mirar, Hermana tenía las mejillas rojas y los ojos le brillaban mucho. El chico ya no estaba. Me dijo que volviéramos a casa. Yo quería acercarme al agua del río un poco, pero pensé que en realidad me daba igual. Me limpié las manos en los pantalones y empezamos a andar. Tenía el pelo más deshecho que antes. Había un pájaro muerto al lado de un árbol. Estaba boca arriba y era naranja.
- ¿Cuánto tiempo estará muerto? – le dije.
- Cállate.
Hermana siempre me manda callar. Tenía un poco de tierra en un brazo. Las nubes se movían más rápido que antes. Creo que es por el viento. ¿Pero por qué el viento…? A veces Madre se queja de que me quedo pensando en algo y no me entero de que me hablan. Pensé muchas cosas por el camino. No sé si los demás chicos… Sin querer una me salió de la boca.
-Soy demasiado mayor. – le dije.
-No, eres un crío.
Luego no dije nada, y ella tampoco. Parecía asustada después de eso. Creo que porque no dije nada. Me sentí otra vez mayor, pero en realidad eso no me hacía feliz.
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Crow Jane - Skip James
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domingo, 6 de febrero de 2011
Ofelia
Roy observa sigiloso en la noche, esperando, aun libre de toda sospecha, que ningún coche pase por allí. No hay casas en un buen radio, pero se llega hasta el recinto por una carretera secundaria, por lo que no es cosa difícil. Se queda mirando desde afuera, desde la otra parte de la verja, pensativo. Lleva media hora así, pensando sin pensar, indeciso. Mira el césped, agitado en sincronía por oleadas de viento, como si temblara todo ello. Aun sin verse una estrella, el cielo ha perdido el tono blanco que toma en la ciudad, descubriendo su carácter de terrorífico velo. Repasa razones y sinrazones.
Busca entre sus bolsillos la llave de la verja. Si todo sale bien, nadie debería saber nada al terminar la noche. Incluso si le atrapasen…bueno, si le atrapan descubrirán que su hermana trabaja allí. Sería horrible. Lo último que quería era que a ella la culparan de algo. Roy había cogido las llaves furtivamente de su bolso, por un impulso extraño, hizo copias y las volvió a meter más tarde, sin que ella se hubiera dado cuenta. Fue el principio. Luego se interesó por las personas que había dentro, pensó en qué hacer y lo que significara. Todo absurdo pero conciso.
Lleva, acumulados, días absurdos y noches sin dormir, por lo que el plan no brilla por sus detalles. Pero es como todo, ¿no? Eso que dicen, que con empeño y buen espíritu, se puede todo. Roy había sido, desde pequeño y casi de afección sintomática, un enamorado de los saltos de fe. Confiaba en que las cosas pasaban porque debían pasar, así como en los lazos invisibles que unían a las personas.
Las verjas del psiquiátrico están recubiertas, en su mayoría, por setos que alejan la idea de cárcel en el que las ve. Asimismo, todo el lugar está rodeado de una mediana extensión de hierba con pequeñas cimas, dando la impresión de un pequeño paraíso. Había visto ese lugar en sueños, hacía mucho, mucho tiempo. En su recuerdo, la línea de visión se doblaba por los extremos. Tenía ese pensamiento olvidado, por lo que no cayó hasta entonces en lo extraño de la imagen. Se doblaba por los extremos, hacia abajo, eso es. Pero el Eso es le hizo pensar a Roy que tal vez sólo se convencía de ello, y que nunca había soñado nada semejante.
Abre el portón en un pequeño ángulo, haciendo crujir el material.
Murmura en voz baja, mientras cruza un verde que se le hace inmenso, ensayos de su pequeño discurso. El mar, el mar… ¿Importará…– se pregunta – las palabras que escoja? ¿El tono en que las diga? Sé lo que quiero decirle, por qué tener miedo. Se toca el pelo intentado que esté lo más arreglado posible. O tal vez, piensa, cuanto mejor, peor. Tenía la consciencia de no saber en absoluto cómo debía ser aquello; era precisamente su esperanza, creer que en la sinceridad de lo desconocido tendría ya algo ganado.
Ahora la entrada principal. Sabe que hay un guarda que da vueltas. O espera que no sean dos. Estará al tanto de cualquier luz o sonido que vea. Siendo metódico, saca de su bolsillo la nota, por si acaso se confundía en su absurda memoria. Segunda planta, veintiséis, segunda planta, veintiséis. Nota cómo tiembla su mano en ello, y con desidia arruga el papel y lo guarda de nuevo. Avanza despacio a través de los pasillos, que huelen a plástico. Todo blanco, casi iluminando de por si el vacío. Las escaleras están cerca, y decide subirlas agarrándose a la barandilla para sentir el frío. Le gusta que duela. Hacía un rato que no pensaba. Si no piensa, es que es sincero, se dice, eso es. Mierda, otra vez. Una baldosa cruje al pisarla. Tiene una raja a lo largo de ella.
Al llegar a la habitación veintiséis, se asoma al rectángulo transparente de la puerta. Para verla. Un largo camisón cubre su cuerpo. No dormía boca arriba, como sin razón cabría suponer, sino cara a la puerta, dando la espalda a los rayos lunares. Un brazo bajo la almohada y el otro, relajado, reposando la mano cerca de sus pechos. Y el pelo marrón oscuro, largo, muy largo, trágicamente largo, como si significara algo de por si.
La habitación perfectamente vacía. Sin mesa, sin silla, sin espejo.
Roy se siente mal por el simple hecho de entrar en la habitación, en cada paso que da, nota el aura de divinidad que corrompe. E intenta distinguir en su cabeza lo útil de lo que le distrae. Pero eso es imposible, en última instancia. Pero ensuciaba, de lo que no tenía duda es que de alguna manera, ensuciaba. Le toca amablemente el hombro para despertarla de su sueño, y dejándose llevar por su torrente mental, le explica en voz baja.
- No… No.
Ella despertaba, calmada pero abriendo los ojos con furia. Notaba el torrente dentro de ella, Roy comprendía que al menos no sé equivocó, al intuirlo en ella. Pero de ver a comprender hay mil pasos, bien sabe.
- Pero tranquila, nadie sabrá nada. De veras, no diré nada. Por favor.
- ¡No soy una vil ramera! ¡No soy una vil ramera! – decía agitándose fuertemente, defendiéndose de los brazos de Roy, que ni siquiera pretendían tocarla.
- Por favor, entiéndelo.
-¡No me toques! ¡No soy una ramera!
Roy no sabe qué hacer. No se esperaba eso. Bueno en el fondo sí. Le dan ganas de llorar, no sabe qué hacer ahora. Ella grita como hacía mucho que escuchaba a nadie gritar, y seguro que alguien vendrá en nada. Se asoma a la puerta de nuevo, para vigilar. Alguien se acercaba. Tal vez guarda, tal vez otro loco, no quería arriesgar nada. Ofelia suma los calificativos de Indigno y de Rata, pero Roy ya ha desconectado, intentando no pensar. Adiós, querida. No ha resultado, así que ahora…
No es como en las películas. No hay perros, ni varios hombres. No lo tiene difícil para huir. Simplemente es correr. Correr hasta la salida de atrás, tomado el pasillo, luego a la izquierda, y bajando las escaleras. Es muy difícil que alguien corra más que él, así que corre a lo largo del pasillo, corre como nunca lo ha hecho. Ha visto un par de puertas abiertas por el camino, con figuras de pie, negras y silenciosas, en ellas. Imaginaba escenas locas. Imagina que se escucha a Bach por megafonía y todos los locos se ponen a bailar. Imagina aquella pieza coral para piano. Coral para piano, si es que eso existe. Imagina locos haciendo carreras de sillas de ruedas. Y a Jack Nicholson estrangulando a las enfermeras. Partidos de béisbol dentro de la sala de espera.
Piensa en si Ofelia se habría levantado hasta el umbral de la puerta, con su mente escurridiza. Ve la luna colándose por el amplio ventanal de las escaleras, que baja de un par de saltos en los que casi se tuerce el tobillo derecho. Sigue corriendo. Le viene su hermana a la cabeza. Le viene todo el mundo que espera algo bonito del mundo. Todos aquellos que pueden construir su presente. Y cómo pretende arrastrarlo todo abajo. Qué complicado todo. Se le entrecorta el aliento y la boca le sabe a sangre. ¿Había dejado la verja abierta?, se pregunta. Si no, lo tendrá difícil. Atraviesa el verde inmenso, húmedo, cruel, y sus cimas enormes. Sí estaba abierta. Una vez salido del recinto, a dónde había esperado indeciso durante media hora hacía tan poco, sigue corriendo, quiere asegurarse de que no pasará nada. Con el dolor de cabeza y todos sus pensamientos, sólo quiere desintegrarse. Corre y corre, más.
Farolas iluminan trozos sueltos de calle. Conos de luz. Roy tropieza en un bordillo y cae en la acera. La respiración que va a menos. En sus casas, gente duerme en placidez. Se preguntó qué hora sería, exactamente. Mejor dejar de correr, ya.
Se da tanto asco por tener que ir entre palos de ciego, actividades delictivas, y lloros de niños. Así que ni aquí ni allá. Está bien. A decir verdad, ni siquiera siente pena, vergüenza o miedo. Más bien el pensamiento obsesivo, de ahora qué. Había sido negado con tanta eficacia, y a su vez le importaba tan poco, que se plantea que va a ser su vida a partir de entonces.
No era más que una rata de buenas intenciones, una rata de corazón noble. Pero a los astros el corazón, lo que él entendía por corazón, no les importa en absoluto. Así que sólo le quedaba reírse. Fue lo que hizo, dos manzanas más allá, tras echarse una carrera de nuevo, saboreando el sabor metálico y frío en su boca, abierta y sedienta, al aire de invierno.
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Hola. No sé escribir. Adiós.BWV 639
Ya sabéis que a mí estas cosas me animan.
sábado, 29 de enero de 2011
Los favores de la luna - C. Baudelaire
La luna que es el mismo capricho, miró por la ventana mientras que estabas durmiendo en tu cuna y pensó: “Aquella niña me gusta”.
Y bajó ligera su escalera de nubes y pasó sin hacer ruido a través de los cristales. Luego se tendió sobre ti con el delicado cariño de una madre, y depositó su colorido en tu rostro. Por ello las niñas de tus ojos han quedado verdes, y tus mejillas extraordinariamente pálidas. Fue al contemplar este visitante cuando tus ojos se agrandaron tanto; y te cogió tan afectuosamente del cuello que, para siempre, te quedaron ganas de echar a llorar.
Sin embargo, en la expansión de tu alegría, la luna llenaba toda la habitación como un ambiente fosfórico, como un veneno luminoso; y toda aquella luz viva pensaba y decía: “Sufrirás eternamente la influencia de mi beso. Serás hermosa a mi manera. Querrás cuanto quiero y cuanto me quiere; el agua, las nubes, el silencio y la noche; el mar verde e inmenso; el agua informe multiforme; el lugar donde no estés; al amante a quien no conocerás, las flores monstruosas; los perfumes que hacen delirar, los gatos que se pasman encima de los pianos y que gimen como mujeres, con voz ronca y dulce.
Y te querrán mis amantes, te cortejarán mis cortesanos. Serás la reina de los hombres de ojos verdes de quien también apreté el cuello con mis caricias nocturnas; de aquellos que quieren el mar, el mar inmenso, tumultuoso y verde, el agua informe multiforme, el lugar donde no están, a la mujer a la que no conocen, las flores siniestras que parecen los incensarios de una religión desconocida, los perfumes que perturban la voluntad, y los animales salvajes y voluptuosos que simbolizan su locura."
Por esa razón, querida niña maldita y mimada, ahora estoy tendido a tus pies, buscando en toda tu persona el reflejo de la temible divinidad, de tu madrina fatídica, de la envenedadora nodriza de todos los lunáticos.
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