sábado, 3 de septiembre de 2011

Poder dormir


Matías no puede dormir. No puede. Son las 11 de la noche y da otra vuelta en su cama, la número veinte, la número treinta, quién sabe. Prueba a pasar un brazo por encima de la sábana, otro por debajo, luego bajo la almohada… pero no sirve de mucho. Tiene miedo al hecho de no tener sueño, a pesar de que, tal vez extraño para su edad, no cree para nada en monstruos o brujas. En esas cosas dejó de pensar hace tiempo. Tiene que ver con su padre. En la planta de abajo su padre mira el fútbol, que sólo es un pretexto para acompañarse de cerveza o vino, de los cuales bebe más que cualquier otra bebida, diariamente. De hecho hacía mucho que no le veía alegrarse por el fútbol, sólo muy lejanamente.
Piensa que su padre pronto dejará de beber. Hace ya tres años que ella ha muerto, aunque eso es mucho tiempo. Imaginaba que se acabaría aburriendo, que un vicio o lo que fuese no podía substituir a una persona, y mucho menos como su madre. Pero también era consciente de que sólo es un niño, de que en realidad no sabe qué es el alcohol como no entiende aún ciertas formas de amor. Resiguiendo los pasos de su memoria, no encuentra desde cuándo le ocurre, no sabe si hace más de un año o dos, que según meses piensa Pronto parará, y según meses lo olvida.
Enredado en sus pensamientos se da cuenta de que lleva dos cuartos de hora intentando dormir, lo cuál lo pone mucho más nervioso. Y piensa “Duérmete, duérmete, duérmete”. Da otra vuelta. Estar pensando en ello le hace siempre muy difícil dormirse. Y es que a su padre… no le gusta que él esté despierto por la noche. Aunque esté metido en la cama, siempre termina sabiendo si lo está o no.
A veces soñaba que ella vivía. Soñaba que había una explicación que en el sueño tenía lógica. Que estaba de viaje. Que se habían equivocado y era otra, que sólo estaba en el hospital y ya se había recuperado. Y la sensación le duraba incluso segundos después de despertar, antes de que todo volviera a su sitio.
En casa no hay fotos de ella. Recordaba a su padre rompiéndolas todas en cuatro trozos iguales, haciendo un montón, para terminar tirándolas a la basura. Recordar a veces le ayuda a calmarse, otras no. Aunque era pequeño entonces, recordar a su madre, intentar que no se pierda lo poco que queda en su cabeza de ella, es lo que más le ayuda.
Le es curioso como la memoria se deshace con suavidad. Lo primero que olvidó fue la nariz, que no era nada especial, ni grande ni pequeña, y toda esa zona entre los ojos y la boca. Era una boca de labios pequeños, que visualiza aún bastante bien. Y cómo hablaba; cuando hablaba era como que todo iba un poco más despacio. Los ojos no. Recordaba algunas escenas de su madre mirándole, pero no recuerda ni la forma ni el color de los ojos. Lo que más le queda es el largo cabello, y ni siquiera sabe bien si era amarillo o naranja. “Ah, y” –dice sin pensar, mientras gira sobre sí mismo otra vez. El calor de su pecho cuando le abrazaba, como una caliente esfera de color rojo. Eso era lo que más recordaba.
“Por favor, quiero dormir, quiero dormir.” Da otra vuelta.
Abre los ojos y ve la luna, blanca, que a menudo asoma por su ventana. Se siente acompañado, aliviado. Uno de sus primeros recuerdos es precisamente haberla mirado mientras esperaba con su madre a que un coche pasara. Fue un flash, tal vez ni sabía la palabra luna para entonces, pero quedó prendado para siempre. Le gusta comprobar las fases según pasan las noches. Los cambios de posición, y de color. A veces blanca y otras amarilla. Y ve en ella algo terrible, como algo dicho sin palabras. Lo ve en su capacidad para manchar toda su habitación, y toda la ciudad. De hecho la cama está muy cerca del balcón, dejando sólo sitio para la mesa; pero los dos muebles juntos ocupan la mitad del espacio de cuarto más cercana a él, como preparados para huir o caer en cualquier instante.
Inevitablemente su cabeza es un torbellino, y le ha parecido escuchar… Le ha parecido escuchar que su padre bajaba un poco el volumen. Matías se estremece, porque sabe que él nunca baja el volumen por no molestar. Quiere desechar ese tipo de pensamientos y concentrarse en dormir. Pero se choca contra el mismo muro desde hace tanto; no puede, y cada noche le parece que nunca más va a poder dormirse. Que a su cuerpo se le ha roto algo.
El primer peldaño siempre cruje. El séptimo también, pero no lo ha escuchado aún. “No por favor. No.” Hace un absurdo esfuerzo por dormirse en esos segundos, intentando respirar y pensar sólo en su respiración, pero no puede, pues sus pensamientos chillan cuando escucha el séptimo peldaño crujir.
Entonces se escucha el crujido de la puerta de la habitación abrirse.
Matías no sabe fingir que duerme. Lo ha intentado duramente en los últimos meses, viendo difícil que la rutina de su padre cambiase. Da unos pasos lentos y acerca su cara a la del chico, que intenta respirar pausadamente, pero está tiritando. Puede captar el olor del vino, tan violáceo, como una nube cálida que choca en su cara. Entonces le coge del cuello, haciendo fuerza contra el colchón.
- Te gusta llevarme la contraria eh?
Había aprendido que lo mejor era no decir nada. No valía explicarle que lo intentaba, que no quería hacer nada malo.
- Tú no sabes nada. Tú no sabes nada.
Cogiendo el pelo de Matías, movió a un lado y otro su cabeza mientras él cerraba los ojos fuertemente para tratar de no hacer nada que lo empeorase todo. Justo cuando empiezan a venirle náuseas por las sacudidas, para, y la respiración de los dos es igual de fuerte y entrecortada, a pesar de que Matías sigue sin moverse ni abrir los ojos.
Escucha un golpe seco de algo contra la mesa. Su padre da unos cuantos pasos más, tan lentos o más que los anteriores, tanto que duda si va a caerse de un momento a otro. Mientras, Matías lucha en su interior por no hacer el más mínimo ruido, hasta que él sale del cuarto, y escucha crujir el séptimo y el primer escalón.
Matías se queda tocándose el pelo, dolorido. Odia con todas sus fuerzas tener el pelo negro y desastrado como su padre, y casi ha sentido el impulso de tirarse él mismo de sus mechones. El corazón le va terriblemente rápido. Se reincorpora sobre el respaldo de la cama. No tiene absolutamente nada de sueño, ya casi le da lo mismo. Y al entreabrir los ojos ve entre sus párpados trazos de luna. Al abrirlos del todo, nota que tenía lágrimas a medio caer. Y refulgen en su vista, el blanco de la luna, y también, al brillo de esta, el morado de una botella de vino a medio acabar, dejada por su padre en la mesa de su cuarto.
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Gradación cromática
Luna [Blanco/Amarillo]
Madre[Amarillo/Naranja/Rojo]
Padre[Violeta/Negro]

3 comentarios:

  1. Si alguien piensa editarme que pulse 123.

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  2. Vaya, ha sido más introspectivo de lo normal. Me ha gustado.

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  3. Anónimo4:19

    no entiendo el relato

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