lunes, 21 de diciembre de 2009

Pasada ya la escena de los jadeos, qué digo jadeos sino gritos, era curioso cómo hasta la nimiedad de tragar saliva cortaba el aceitoso silencio. La margarina usada con tanta lascivia era ahora el olor impregnado por el cuello, y margarina era el aura luminífera de la luna en su pelo.
Curioso era, cómo el movimiento trapezoide terminaba y nuestros corazones nos golpeaban a nosotros, cuerpos muertos, tablas de planchar con protuberancias.
Que una mano jugase en el ombligo a contraer y estirar, por llenar la nada.

Y que el perro ladrara al gato, sí, ahí afuera, donde el mundo seguía. Donde el gato araña el árbol subido a él por última vez, cauteloso y jadeante.

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No suelo escribir cosas así de ininteligibles, pero estaba nos han dejado en clase dos horas muertas y algo tenía que hacer.

2 comentarios:

  1. Amén.

    Hacer esto en dos horas tiene mérito. Mucho mérito.

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  2. soy incapaz de poner palabras de esas en mis escritos, no porque no sepa que signifiquen, sino porque no se como usarlas. jaja felicidades por eso:)

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