Una noche de Agosto, rozando el umbral de la inconsciencia sobre mi cama, sonó /eso/. Lo oí vibrar sólo un segundo en el cajón, pero no hubo lugar a dudas de que era /eso/.
Me sentí desconcertado, golpeado por una taquicardia y azotado por el pensamiento de que ojalá fuera una cucaracha y no /eso/.
Me puse la camisa y los pantalones, una simple ilusión de seguridad, ante la expectativa de tal advenimiento. El móvil que llevaba tantos meses sin cargar, por dejar de tener el único uso que en su día tuvo. Al abrir el cajón, una luz podría cobijar más terror que mil sombras. Y es que aún estaba a tiempo de dejarlo pasar. Pero estúpido lo hice; lo cogí con la mano, lo abrí y lo sentí caliente, como si fuera mi propio corazón. Dos llamadas perdidas. Con el tiempo se entremezcla todo y ya no sabes qué viste antes o después, o qué es lo que en realidad soñaste.
Aunque ardía por dentro, no quise recurrir a algo estúpidamente visual como lanzarlo contra tierra o por la ventana. Simplemente fui a la cocina y lo tiré a la basura. Lo que sí que es cierto es que al volver, me senté en la cama y me puse a llorar.
/Eso/, casi sin tocarme, sólo reencontrándome, me había calcinado.
viernes, 11 de septiembre de 2009
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las cosas exageradas son mas graficas
ResponderEliminarMuy, muy bueno... Pero no llores, por favor. Que alguno se enternecerá leyendo...
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