miércoles, 15 de enero de 2014

Vaso

Suspirábamos por dar el salto a una ciudad, echando mano de un imaginario que mezclaba nuestros sueños y aspiraciones con escenas de series, películas y canciones. Ficciones que tenían, sabíamos, verdades, verdades a medias, y verdades que no aparecían porque resultaban directamente inmostrables.

Y bastaba escuchar la presentación de aquel saxofonista, diciendo con modestia "Aquel año que pasé en Brixton...", para imaginar todos los sofás y camas en los que había dormido, las charlas a seis que habría mantenido, todo los cigarros que habría consumido. O aquel camarero que en los descansos hablaba a las chicas en inglés, tan distendido en sus primeras veces; todos sus estudios, sus relaciones, sus placeres sensoriales.

Suspirábamos por todos los abrigos y jerseys y silencios y sonrisas, pelos bonitos, posturas, bromas, nieves y lluvias y soles, paseos de paz improductiva, todos los sombreros y señores graciosos, cruces inesperados, gafas nuevas, rubores. Suspirábamos, en suma, por un armario de mundos posibles.

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