domingo, 3 de julio de 2011

Sol

Andy pasa la mano por delante de su cara, con los ojos cerrados, y los dedos abiertos. Frente a la ventana en la que entra el sol, disfrutando en sus párpados figuras de colores. Que se pierden, vienen y van. Lleva ahí sentado durante un cuarto de hora, con las piernas cruzadas, y casi ha olvidado si es mediodía, tarde o anochecer. La televisión está apagada, callada, las estanterías de libros también lo están. Lleva los calcetines sucios, de ir por casa sin zapatillas, pero a su madre no le importa. Él tampoco se fija. Un brillo se le ha aparecido ahora como violeta, que después se ha hecho un verde que juraría no haber visto jamás. De una delgada línea que veía, empieza a vibrar por una zona de su visión. Sabe que tiene algo que ver con el cerebro.

- ¿Qué coño haces? – le interrumpió su padre, que había entrado en el comedor.
- Nos lo ha enseñado Toni, se pueden ver colores así.
- ¿Quién es Toni?
- Nuestro profesor de Conocimiento del medio.
- Deja de hacer tonterías, anda. ¿Ya haces exámenes?
- No, el año que viene.
- Ah, bien, bien.

El padre se sentó en el sofá y exhaló cansadamente. "Dónde está el mando", dijo sin llegar a entonar una pregunta. Andy señaló mudo al estante al lado de la televisión, mientras se levantaba. Cuando pasó por delante de su padre para abandonar el comedor, éste le dijo una última cosa:

- Y levanta la espalda, que pareces un simio. – poniendo la mano para corregirle a la vez que lo empuja hacia fuera. – O te acabaremos poniendo el aparato.

Cuando era más pequeño, Andy había visto en casa del abuelo un extraño aparato que decían le sirvió para enderezar su espalda, y que parecía sujetarse alrededor de todo el tronco. Le causó tanta impresión que desde entonces sus padres lo amenazan con él. Tras abandonar el comedor, va al baño porque cree que va a tener ganas de hacer pis, pero en realidad no las tiene, así que vuelve a salirse. En realidad no sabe muy bien qué hacer. El colgador de abrigos en la entrada le daba miedo unos años antes, pareciéndole un hombre con gabardina. Pero ahora ya había crecido, claro. Oye el tic tac del reloj, viniendo de la cocina, y prueba a sentarse en una de las sillas.

Al ir hacia allí, ve el pasillo, un largo pasillo que siempre se le había antojado misterioso y amenazador. Su madre llenaba una olla de agua. Andy escuchó el agua caer ante la pared de metal inclinada. Pensó que sería un desperdicio si el chorro cayese mitad fuera del borde. Pero caía limpiamente. En el frutero, todas las frutas estaban ordenadas como una pirámide. La puerta del microondas estaba a medio abrir. Entonces, el golpe seco al cerrar el grifo le hizo decidirse:

- ¿Qué le pasa a papá? – preguntó.
- Nada. Es el estrés del trabajo.
- ¿Qué es el estrés?
- Que el trabajo le sienta mal.

Quedó callado. Sabía que papá era obrero. No le parecía tan mal trabajo, hacer casas para la gente. Aunque a él no se le ocurría nada que pudiera ser, de mayor.

- ¿A ti te gusta cocinar? - preguntó.
- No está mal – dijo ella, girándose con una sonrisa.

Movía las piernas y sentía los talones dando en el reposapiés de la silla. Recordaba aún cuando dejándolas sueltas simplemente apoyaba los pies en ellos. Se hacía un mundo pequeño, pensó. Y al salir, vio el pasillo. Rara vez se atrevía a salir de noche, sólo por ese pasillo, como si fuese una entidad en si misma, regida por otras leyes. Retenía el pis si hacía falta. Igualmente, de todas maneras, sabía que aquello no podía introducirse en la habitación, que bastaba con no abrir la puerta entonces. Andy entreabrió la puerta del comedor, y en el sillón su padre se hacía un cigarrillo, que descansaba entre sus dedos hilando el humo hacia arriba.

- Oye, ven para aquí. – dijo, más suave que cuando le había hablado antes. Andy se acercó y su padre se quedó unos segundos callado, mirando hacia la ventana por la que entraba la luz, que empezaba a ensuavecerse. – Mira…- seguía, con incertidumbre. Le temblaba ligeramente la mano con la que sujetaba el cigarrillo - No pierdas el tiempo, sólo eso. No creo que hagan falta grandes palabras para decirlo. Sólo intenta tenerlo en la cabeza, quieres. Ahora no, pero cuando crezcas. No lo pierdas. Y si ves que se te va haz lo que esté en tu mano, pero no lo pierdas.

Seguía echado en el sillón, con el volumen de la televisión bajo y el mando en su regazo. Soltó un suspiro apagado, inintencionado.

- Con la televisión no se llega a nada. No enchufes nunca la televisión. De hecho, apágala si la ves encendida.
- Pero tú estás todo el día viéndola.
- Ya.
- Mmm. ¿La apago?
- No, no. Déjala.

Andy estaba confuso, tanto por las palabras que le había dicho como por la contradicción final. En todo ese rato su padre no le había mirado, al menos directamente. Excepto al final, cuando le dijo:

- Y levanta la espalda. Te vamos a poner el aparato ese, eh? – y rió a desgana.

Andy quedó perturbado por unos segundos. Sentía que había rozado el mundo de los adultos por primera vez, además de por todo lo anterior, especialmente por la risa final. Porque con ella le era revelada una broma, que había durado tanto tiempo, que de golpe y porrazo entendió que había un mundo del que no sabía nada de nada, y que todos jugaban a callar y hablar en correctas proporciones. Se le antojaba un mundo desconocido y descorazonador a partes iguales. Asimismo, jamás había caído en que muy pocas palabras pudieran estallar así en una cabeza, implicando tanto significado, desenredándose como una bola de lana.

- Anda, ve un rato a tu cuarto. No pienses mucho en lo que te he dicho, es sólo una tontería para cuando crezcas. No le digas nada a mamá, eh?

Andy asintió, salió y cruzó el pasillo para ir hasta su cuarto, que se encontraba justo a la mitad. Le daba la sensación de que con un poco de empeño, si se quedaba mirando, al fondo podría ver algo. En ese límite incierto en el que el negro empieza a dejar ver un color oscuro, podría aumentar el contraste, delimitar una línea. Debía haber una manera.

Fue hasta su cuarto y sacó el cajón de los juguetes de debajo de su cama. Le pesaba mucho menos ahora, arrastrándola. Allí estaba todo con lo que pasaba las tardes. Estaba la bolsa de vaqueros de plástico, el castillo y los pequeños coches y tractores, que con el tiempo había ido acumulando de las tiendas de baraturas en su ciudad. Se quedó mirándolos, atendiendo a su respiración, pero descubrió que no tenía ganas. El último día que había jugado con ellos era hacía una semana. ¿Qué había hecho en las tardes que precedían a esta? No se acordaba. En realidad, tampoco se acordaba de muchas tardes con los juguetes. Sí, recordaba aquella ver que había imaginado una gran batalla diseminando los soldados por los muebles de la habitación, y con las cartas de papá, cuando hizo aquella pirámide que se desplomó casi cuando ya estaba hecha. Pero ahora no tenía ganas, sintió que se aburría, un aburrimiento que no tenía mucho que ver con hacía un par de años, cuando después de horas en el parque consideraba que había tenido bastante.

Se acercó hasta la ventana y golpeó el vidrio. Un edificio enorme, al otro lado de la calle, se alzaba a la vista. La parte superior tapaba unas nubes que tapaban el cielo.
- Yo nunca podría hacer algo así. –murmuraba.

No tenía ganas de estar allí, en realidad. Quería hacer un poco de tiempo. Fue hacia la cocina otra vez, cruzando el pasillo. Con un poco… de su parte. Podría ver algo, sí, tal vez engañar a su cabeza alejándose poco a poco, o acercándose. Algo. O alguien.

Se sentó a esperar en la cocina. Su madre, mientras, cocinaba, y el sonido del cuchillo contra el mármol lo sumió en un estado que no conocía de antes. No sabía muy bien a qué esperaba. Tenía la cabeza vacía, el sentimiento de que podía ser de noche, ser el día siguiente, ser el año siguiente, todo rápido y lento a la vez. No sabía a dónde ir, pero de repente la casa se le hizo muy pequeña. Una pregunta revoloteó en su cabeza, y justo iba a preguntársela a su madre, cuando la olvidó. Se quedó moviendo los dedos de la mano como si le cosquillearan, por encima de la mesa.

El pasillo al fondo estaba oscuro. Y el resto del mundo, en su claridad, aparecía ordenado.


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Hola, queridos cibernadie. He escrito. En Madrid escribe un porrón de gente. Así que yo que sé. Mejor no pongo canción, ninguna le pega. ¿Cómo os va?

Formspring

Cajón


5 comentarios:

  1. Lo he leído, que conste... Una cosa, ¿este texto es una revancha a los de Madrid? Saludos.

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  2. No, revancha será una pequeña novela que tal vez haga, donde los nombraría. Pero bueno, siempre estoy de pelea con esos escritorduchos, así que todo cuenta!

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  3. De Alina ya hace varios meses y todavía recuerdo todo el relato. Con Sol también me pasará. Y es algo que me ocurre cada vez menos al leer.

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  4. Volvemos a las andadas,¿eh?.

    Ésta vez no diré que Sol es una desequilibrada mental. Lo prometo...


    Prometo intentarlo.

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