martes, 27 de abril de 2010

Estequiometría de los tiempos pasados

De pequeño me ponía triste pensar que máquinas pudieran funcionar por siempre en el espacio. Así, tan sueltas y tan solas, esperando a ser útiles para algo. Me vino a la cabeza cuando tenía esta contra el vidrio, sintiendo el incesante traqueteo del autobús en marcha. Íbamos a ver carreras en una universidad para que nos ayudase en la decisión, e invertíamos una hora en la ida y otra en la vuelta.

Que se ponga aquí delante, mejor. Una profesora se había puesto a caminar por el pasillo central. Miquel, siéntate al fondo y que se ella se ponga donde estás tú. Al parecer alguien estaba mareado y se quería poner delante. Miquel estaba sentado a mi lado junto a la ventana y no puso mucha resistencia, contando que atrás estaba toda su panda de amigotes; ni siquiera sé por qué me senté con él al subir al autobús.

La profesora apartándose a un lado para dejarle pasar a él y luego a quien sea que… Oh ya, ella. Cuánto tiempo. Pasó hasta su asiento pasando por encima de las piernas, dándome la espalda. Qué turgente con los vaqueros.

Nos dirigimos dos tímidos hola. Llevaba en la mano derecha una bolsita de papel, las cuales siempre creí un mito, posiblemente el conductor guardaba unas cuantas en algún sitio.

- ¿No te sienta fatal el olor de los asientos? –preguntó mientras se sentaba.
- Algo sí.
- Tenía que haberme quedado en casa. No veo que esto nos vaya a ayudar mucho.
- ¿Es que tienes claro lo que piensas hacer?
- Sí, ADE o algo así, una filología se me haría rara.

Si os lo puedo confesar, una vez me encoñé de ella, pero como todo, no hay nada ideal. De hecho recuerdo exactamente qué fue lo primero que me golpeó: verla escribir su nombre con típex en el borde de la mesa. En mi cabeza ella era inteligente, sensible y toda la historia, y la veo hacer eso. Luego fue escuchar la canción que sonaba cuando la llamaban al móvil, la gente con la que se juntaba...Oh, y fumar, aunque ahora eso me daría igual. Y allí estaba ahora; sentada a mi lado respiraba dentro de una bolsita de papel, intentando controlar sus náuseas. Aun sin los sentimientos irracionales, resultaba mucho más bonita que antaño. Sacó unos auriculares negros, dispuesta a ponérselos.

- No deberías ponerte a escuchar música – dije en parte preocupada por ella, en parte por mantener la conversación, ya que tenía oportunidad.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque o empezarás a odiar la música que escuchas o a encantarte vomitar. No creo que ninguna de esas dos cosas sea deseable.- dije, y ante la cara estupefacta completé la aportación- Es conductismo, di psicología el año pasado.
- ¿Vas a estudiar psicología?
- Oh, qué va. Ya veré lo que hago… ¿Me dejas ver tu música? –le pregunté por satisfacer una curiosidad de tiempo atrás. Era un mp3 de los que para subir o bajar dabas vueltas en círculo con el dedo. Veamos veamos ¿Escucha esto? No me extraña a estas alturas. A ver cuantas tiene de este grupo, espero que sólo… Varios discos, madre de dios.

- ¿A ti también te gustan?
- Eh…sí, algo he escuchado. –mentí.

Era una mierda de música. No que no me gustara, es que era una mierda de música.
Yo ya sabía que ella era plana; y no ese tipo de plana, del cual andaba generosa. Pero por alguna razón yo estaba interesado en cómo había crecido ella, si seguía siendo la misma, si no habría habido una esencia aún por aflorar en la que me fijara en aquel tiempo pasado. Cuando ya tamborileaba los dedos sobre el plástico junto al vidrio, ella dijo:

- Sabes, siempre quise darte gracias por el regalo del amigo invisible, era muy curioso.
- Pero si fue hace más de un año, y no era nada.
- Pues son muy bonitos, dejé un par en la estantería de mi cuarto.
Le había regalado dos relojes de arena, pequeñitos, de colores, y otro de agua.
- Con un reloj de arena sabes si estás triste de verdad. –dije sin pensar.
Entonces ella preguntó Qué y yo contesté mi típico Nada.

No tenía ninguna lógica. Tal vez fuera la llegada de la primavera, o el atrayente color amarillo de la camisa que me convirtiese en un medio títere de lo obviamente sexual, inconsciente pero guiado. Química. ¿Haces eso con todo el mundo? Cuando…
Ni siquiera la escuchaba. Seguro que su voz de noche era lo más irritante que había.
Por qué planear ser selectivo si había de terminar encantado con cualquier poca cosa.

- Eh, escúchame!- inquirió cogiéndome el brazo.
- Te escucho- le volví a mentir.
- ¿Qué te estaba diciendo?
- Me estabas regañando.
- Ya, bueno. Eres imposible.

Se la veía agitada en su respiración, casi pegándome su angustia. Requería que hiciese algo, pero lo sentía con más intensidad que si fuera cualquier otra persona. No entendía el deseo de hacerla sentir bien. De decirle que es bonita o lo que sea. Cada uno tiene sus amigos y sus historias, y más siendo ella tan social… es absurdo. ¿Tendría a alguien? Eso es falaz. Oh vamos, yo no tengo ningún deber para con nadie, ya está bien el pensar en…Yo no la quiero, ni tampoco es nada sólo sexual, pero ahora viene –qué digo viene, más bien cae.-con estos aires. Y yo normal que me derrita. Fresas con nata.

Verás, yo…

Tantos puntos suspensivos me iban a volver loco. ¿No sería acaso una cuestión de liberación? A veces, en momentos de pensamiento muerto, recordaba las veces que me dije hoy es el día, llegando incluso a algún titubeo. Me ponía peor pensar que alguien se lo hubiera dicho, pues en aquel estado de obnubilación empecé a contarle a medio mundo lo mucho que me gustaba ella. Yo era un crío. Y ahora sólo un indeciso. No hay una gran diferencia, a efectos prácticos.

- Me han dicho que tocas el piano –me dijo, seguramente al verme los dedos inquietos.
- Pero nunca he ido a clases, toco cosas muy simples- contesté con sinceridad.
- ¿Simples como qué?
- Mad World.
- Me gustaría escucharte. Seguro que es genial.-planteó mientras tamborileaba suavemente dos dedos sobre mi brazo.

¿Qué pasa, ahora le gusto? No tiene sentido. ¿No podía haber venido hace año y medio y no ahora? Cómo es posible, maldita sea. Estas cosas cuadran menos que mis ecuaciones de oxidación-reducción. ¿Qué está…? Va a hacerlo. Le vino una arcada. Arrugó las cejas cerrando los ojos y escuché lo que sin duda era el impacto de pequeños trocitos con el papel. Miré por la ventana del lado opuesto esos segundos, más por evitarle la vergüenza que por disgusto propio.

- Perdóname, debería sentarme en otro sitio.- dijo avergonzada.
- Pero si no pasa nada. – contestaba yo, riendo.
- No qué va.
- ¿Estás bien?
- Bien quien dice bien no.

Entramos en un túnel lleno de luces de color naranja y algunos se pusieron a silbar. Cada una de las pequeñas luces dejaba una estela fugaz, que aprovechaba para mirarla.
Me recordó a ese bonito cuento de Chéjov: un chico convencía a una temerosa chica para tirarse en trineo por una pendiente. Al caer, con el ensordecedor viento, él gritaba ¡La amo, Nadia! Y ella le parecía escucharlo, pero no sabía si era el viento o él. Y ella, congelada de miedo, le pidió que volvieran a tirarse. De nuevo lo grita, y ella sigue en su confusión. Él jamás se atreve a decirlo, siquiera cuando ha de marchar, pero ella sigue tirándose en el trineo, intentando resolver la gran duda.

Una vez salidos del túnel, se levantó e intentó acceder al pasillo, cara a mí.
- De veras, puedes quedarte. –le inquirí.
- Voy a tirar la bolsa, tonto. –Dijo aún apoyando las manos a cada lado de mi respaldo. Un tonto extraño, cariñoso. Y ya lo creo que generosa. Así con los ojos medio llorosos y el pelo desaliñado cayendo era una de las cosas más bonitas que había visto nunca.
En el tiempo que pasé sin tenerla al lado, pensé en lo que recordaba de ella. No sabía si me había equivocado al juzgarla por todos esos detalles…ya no a ella, puede que a todos. Pero dejando el pasado, ahora… ¿ahora qué? La profesora se acercó cuando la vio volver y preguntó preocupada:
- ¿Estás bien, quieres que te pongamos en otro sitio?
- No, no, aquí…estoy bien. –dijo sonriente.

Se acercaba otro túnel, sin duda todos volverían a armar jaleo. Yo no tenía valor para un Nadia, la amo, siquiera sabía si eso era así, el retorno de tantos recuerdos resultaba confuso. Y así, en la implícita y complícita calidez, pasamos el resto del viaje. Llovió un rato y luego paró. Todo resultaba inmensamente complicado.

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Bert Jansch - High Days

Son 3 páginas de word. Si alguien llega a leerlo, gracias. No pretende significar mucho, sólo un entrenamiento de /escribir largo/.

domingo, 18 de abril de 2010

Lenta recuperación

Hoy han venido a visitarme frases sueltas a mi habitación. Como a un enfermo, un moribundo, un intento de suicida recién venido del hospital. Viéndolas como colores todas eran tan planas y extrañas, que eran puro plástico. Y como crítica puramente constructiva, a la verde le dije: a ti te falta amarillo y marrón.

Entonces se puso triste y empezó a emanar un olor a plástico, como el de la asquerosa pintura con la que impregnamos de pequeños las manos en un mural. Recordando el día exacto y cómo aquello casi consiguió hacerme vomitar. O también los asientos del coche de mi amigo cuando me subí para volver a casa: ahora todos empiezan a sacarse el carné, es algo que me pone muy triste.

Al contacto con una de esas frases, helaba y me traspasaba la piel, recordando la fría agua en la que verano tras verano me obligaban a tirarme. La toalla, los escalofríos, y tiritando, de nuevo vomitar. Y el peluquero diciendo ¿Qué, cortito como siempre? Y yo diciendo que sí y saliendo con aquella pinta de gilipollas. Qué ganas de echarlo todo.

Aprieto la barriga intentando implosionar como un punto, intentando hacer salir el jugo gástrico, pero sólo consigo un increíble dolor en el pecho. Con el segundo consigo que unas gotas asomen al esófago, nada más. Se sigue intentando. Durante el proceso, con una llamada perdida alguien habría intentado decir: /qué se siente, sin dirección a casa, como una piedra que rueda/. Así sin más, sin miedo al plagio o a que el deje en el acento descubriera agujeros en el alma.

Una infancia como un extraño cuadro de momentos pegados unos encima de otros de forma completamente artificial, como trozos de lenteja y chorizo sobre el verde. Todo maniquíes, todo hilos. Y el recordarme catapultado ahí en medio, presintiendo que alguien debía entenderlo, como una proyección de lo que /podría haber sido y lo que jamás será/. Arremolinadas en la cama, las frases dijeron /has olvidado rezar a los ángeles, y ellos han olvidado rezar por ti/. Notas de canciones lejanas. No aguanté más. Fuera de aquí. No me he puesto nada encima y no tenéis derecho a quedaros. Se fueron sin ofrecer resistencia alguna, sólo dijeron, sonrientes ¿te traemos una palangana?



Perdonadme, me echaron ácido lisérgico en el zumo de naranja, luego pasan estas cosas. Preferiría que no hubiese comentarios.

viernes, 2 de abril de 2010

Laisser d'écrire

Completamente inmerso en pasta de sueño, y ese extraño sentimiento de hermandad. Una clase organizada a modo de barricada, con sillas y pupitres amontonados a la entrada. Aún creíamos poder cambiar algo de un país y una gente cada día más grises.

Para ser sincero en ningún momento supe a qué nos enfrentábamos; la barricada era alta y cuando intentaba acercarme a los chicos que la ocupaban gritando consignas y demás, daban bandazos y no me dejaban. Por ello me limitaba a dar vueltas, intentando que todo ese ánimo reformador hiciese mella en mí. Con suerte allí encontraría, por pura casualidad, un símbolo intenso. ¿Pero era un poco tonto no? Por qué iba a encontrar algo en todo aquel tumulto, físico y real, algo que los demás no hubieran visto. Nubes grises, cristales rotos, chicas en minifalda. Buscar, buscar, dejar de buscar.

La falda de esa chica la hacía verse tan deliciosa. Qué bonitas piernas. No llegué a descifrar si la compañía de las chicas constituía un ánimo o una distracción para la acción de revuelta. Por dios, esos dos se están besando. Esto es cosa de locos. Mira cómo juega con su muslo. Ya sabía yo que no era el único que ser fijaba en ellos.

Esto se pone feo según pasa el tiempo. Jean-Paul no debía haber roto las ventanas con la silla, por más que hubiere sido un acto de genuina rabia. Los ha cabreado y de un momento a otro lanzaran humo y entraran y…Pero ya estamos dentro así que como no saltes por la ventana, sólo te queda seguir.

Toqué a un chico en el hombro. Qué hacemos aquí. Me contestó sonriente con la mirada oscilante entre mi cara y la puerta: Algún día nos recordarán, esto es un acto de fe. Fe.
Tú para qué has venido. Para luchar. El argumento del primer chico me resultó más convincente.

Los gritos aumentaron de tono y una granada de gas se coló en mitad de todos nosotros. La lanzaban afuera y gritaban cabrones una y otra vez. De un segundo a otro todo perdía el sentido y me lanzaba a la barricada de la puerta. Existe el peligro de que acabe creyéndomelo todo, recuerdo que pensé. He de salir de aquí .Brazos cogiéndome las extremidades mientras me encaramaba evitando las puntas de las patas del mobiliario.

Corrí a través del largo pasillo, recuerdo mi camisa de botones ondulándose y las ventanas a mi derecha pasando una detrás de otra. A los pocos metros algo me golpeó en el hombro y me desplomé de espaldas. Sin entender nada me quedé así, inmóvil y con la cabeza ladeada. Una charquillo rojo se extendía ganándole terreno a las baldosas. Intenté atesorar las últimas formas que vi en las manchas del mármol. Esa parece la cabeza de una vaca. Y esa un pie. Esa Francia.




Después de dos meses, he vuelto. Esperemos que cunda.
Il pericolo numero 1 - Renato Carosone