martes, 3 de agosto de 2010

Ahora o nunca

Siempre quise saber cómo eran las escenas en los andenes décadas atrás, el aire de nostalgia del hollín en el aire y el traqueteo en las maderas. Hombres de traje y mujeres rosadas. Ahora resulta lejano, en comparación al proletariado andante y el do-mi-sol imperante antes de cada anuncio. Ahora querréis que os diga quién soy yo, de dónde vengo, y todas esas chorradas al estilo catcher in the rye.

Por el cúmulo de fracasos, hormonas y demás me fugaba de casa en el momento justo en el que debía hacerlo, y ella venía conmigo. Habiendo planeado que no habría plan, simplemente puse mis cosas en la funda de una guitarra, cogí el dinero y me fui como si un día normal. A ella sí la dejaban ir de viaje, pero para no levantar sospechas nos encontramos aquel extraño jueves en la estación.

Me esperaba tan apacible, sentada en su maleta roja con las piernas cruzadas bajo la falda y frotándose un codo en el momento en que entré. Sonriente al verme, todo se ensordecía y desdibujaba al caminar hacía ella. Al quedar aún un rato le dije si quería ir a comer algo, pero como tampoco íbamos tan sobrados de tiempo fuimos a comprar algo a una máquina. Le pregunté si quería algo de chocolate y me dijo que bien. Saqué una tableta y rompí un cuadradito para ponérselo con la punta de los dedos en los labios. Sonrió, y cuando dejó de hacerlo preguntó:

- ¿Al final has dejado la nota?
- No. Ya veré, llamaré o algo. – Ya la había advertido de que no me gustaba que hablásemos del tema de cómo me las apañaría, a no ser que fuera necesario un plan.
- Tenías que haberla escrito, luego no te saldrán las palabras. – decía, reprochadora.
- Pues las diré rápido y colgaré.
- Eso es completamente ilógico.
- Va a resultar cruel lo haga como lo haga.
- Apúntate las ideas en un papel. Si vas a darles un susto, al menos…
- Apuntar las ideas dices, luego el frívolo soy yo.

A ser sincero lo había intentado, pero acababa sintiéndome estúpido al escribir toda aquella parafernalia acerca de sentimientos y de metas en la vida, sin saber ni yo a dónde quería ir a parar, y más aun al hacerlo en valenciano.

- ¿Estás seguro de que quieres hacerlo así? A lo mejor si lo hablas te dejan irte.
- ¿Deja eso, quieres? No tiene nada que ver. Además lo hago por mí. –empezaba a presagiar entonces el descarrilamiento del diálogo, si ella hurgaba.
- ¿El qué haces por ti?
- Otra vez no, por favor…
- No puedo entenderte.
- Algún día me saldrán las palabras.
- ¿Estás seguro?
- Claro.-respondí, sin saber si se refería a la última frase o a la situación en general.

Era agotador intentarlo en vano, no había palabras para explicarlo. La idea de huir siempre había estado ahí, en mi cabeza. Como en aquella historia que escribía de pequeño, soñando que algún día me descolgaría por la ventana de mi habitación de primer piso. En silencio pensé en el tono en el que dijo las últimas frases, con una mirada de entre compasión y desconcierto. Salimos afuera buscando el aire fresco. Gente aquí y allá, un hombre repartía periódicos gratuitos con su carrito al lado y los auriculares puestos. Sería algo importante, a la fuerza tenía que salir algo. Me llené de una renovadora sensación. Entrelacé una mano con la suya y luego la otra y hice que empezáramos a bailar. Gente gris pasaba por nuestro lado.

- Dice mi amiga Lu que estás loco.-soltó animada.
- ¿Y tú qué opinas al respecto?
- Que no sabe lo que se pierde.
- Lo tomaré como un bien, querida.

Imitó mi última frase exagerando mis maneras cómicamente, moviendo la cabeza. Arqueé las cejas y miré hacía un lado, y fue entonces cuando me di cuenta de que hay naranjas esculpidas en la estación de Valencia. Jamás me había dado cuenta, si acaso del relieve decorado, pero ahí estaban; de color naranja con el fondo verde, realmente bonito. Parece que cuando intentas arrapar los últimos retazos de algo, sin querer te llevas trozos grandes, sorprendentes.

- Tenemos que visitar algún bar en el que lean relatos o algo eh, me haría ilusión. Aquí nunca pondrán uno. Bueno sí, aquel de las gordas bailando, qué traumático.
- Deja de escribir un poco, por dios, piensa cosas bonitas por hacer.
- En el tren haremos una lista de cosas que hacer en un papel. Tengo las libretas ahí dentro. – dije refiriéndome a la funda de la guitarra.
- Sí, lo que sea. Deberíamos ir yendo al andén.

Me dio mi billete. Siempre guardaba todas las cosas porque era mejor así, yo no quería admitir que las perdía, pero digamos que a menudo desaparecían aunque las llevara en mis bolsillos o así. Las personas seguían andando apresuradas. Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera… Odiaba ese tipo de películas que intentaban abrir la cabeza a una vida mediocre, pues las veía simplistas y algo forzadas, pero quién iba a negar que en su simplismo tuvieran razón. A todos nos gustaría aferrarnos con fuerza a la vida si supiéramos cómo, ¿verdad? Aprender a escapar. No queremos ser una de esas personas que mira la tele, va a votar y tiene unos hijos que le odian.

- Ojalá pudiéramos escapar de lo que nos espera. Como Edipo.
- Edipo no escapó.
- Ya, bueno, pero me he acordado de él. Un gran tío.
- Sabes…- se la veía pensar las palabras concretas.- Sé qué es lo que pretendes. Que todo en la vida sea como en tus historias. Y a la larga las palabras son palabras, sólo.
- Me tienes calado. – sonreí.
- Algún día te darás cuenta. – dijo dándome un apretón en la zona entre el cuello y el hombro.


La funda parecía pesar más de lo normal, me hacía el andar pesado. Ah claro, por las libretas y la camisa. Era difícil que cupiese, pero ahí estaba todo embutido. Elegí ir ligero como de costumbre, seguramente para terminar racaneando cosas a los demás, lo cual espero no se tomaran a mal. Llegamos al andén justo al lado de los lavabos, lo cual me ponía un poco más nervioso porque veía a la gente entrar y salir. Caminé en círculos con las manos en los bolsillos.

- ¿Nervioso? – preguntó pasada la quinta vuelta.
- No. - contesté, y sin querer se me fue de agudo. Ella sonrió.
- Obviando eso, las piernas te tiemblan.
- Oh, ya que estás por qué no me haces el psicoanálisis entero.
- No he dicho nada, tonto.
Me puso entonces la mano sobre el corazón, que batía furioso. Me miró a los ojos para hacerme entender, y sin más, preguntó:
- ¿Para qué?

Me libró de contestar el anuncio por megafonía, que fue el estallido de algo mucho peor, o cuanto menos, más confuso.
Tren destino Madrid, vía 3.

- Lo siento, no puedo ir. – Dijo rápidamente, con una extraña expresión en la cara.
- De qué estas hablando. – Creía haberla entendido mal.
-No puedo ir, tú mismo lo has dicho. Si has de sacar algo de todo esto que sea sin mí. Esto será algo importante, algún día.
- Pe…pero…era un decir.- estaba asustado- Me habías dicho que vendrías. Tienes las maletas, ¿por qué dices eso ahora?
Notaba el sudor en mis manos, y la garganta reseca de repente.
-Un par de semanas no son tanto. Si no quieres hacerlo no pasa nada. Pero tienes que darte cuenta. Si de verdad quieres hacerlo, con todo lo que me dijiste, podrás irte sin mí.
- No, no. A ver…
- Sí.


Sentimos un silencio muy confuso, o al menos por mi parte, pensando muchas cosas a la vez, pensando variantes a contrarreloj como en una partida de ajedrez.
- ¿Y lo de nuestra noche?
Se rió al oírme, no era mi intención pero más tarde comprendí que había sonado algo estúpido, dada la situación. Decía tantas tonterías; ella siempre había sido más cautelosa y racional.
- Ya habrá tiempo para todo, amor.

Dejé la funda en el suelo y me lancé a abrazarla. Su oreja estaba helada, o su pendiente, no sé. Me sentí anestesiado allí. Así. Sonó la voz: tren destino Madrid, salida inmediata.

- Se va a ir tu tren. – Dijo sin despegarse de mí.
Intenté decir algo, pero sólo pude balbucear.
- No puedo, no puedo.
- Sí que puedes.

Al separarnos solté el aire y moví las manos fuertemente para ganar determinación. Empújame al abismo y di que me amas. Me senté sobre el escalón de la puerta del tren. Esperaría así, mirándola. Tramaba algo, seguro que en el último momento se metería en el vagón. Dos chicas estaban sentadas en unos asientos próximos, y parecían observar divertidas la escena. A ser sincero creo que ella disfrutaba un poco más con el pequeño público, de su enredo.

-Y dices que tú no me entiendes a mí. – le reproché con aires de despreocupación.
-Tú no te entiendes a ti. – decía, señalando con el dedo.
- Quiero que vengas.
- Quieres muchas cosas, sólo tienes que ordenarlas.
- Mírala, que literaria ella.
- Bueno – sonrió – siempre puedes quedarte.
- Ni de coña.

Era absurdo. Por qué había traído las maletas, porque aquella escenografía, por qué todo. Cuando sonaron los pitidos intermitentes, fui cuidadoso con que las puertas no me pillasen los pies, y estás se cerraron como la imagen se reducía a un punto, en las televisiones antiguas.

Y ya no había nada más que hacer. Al fin podía dejar temblar la pierna libremente, un momento antes tenía que apagarlo para disimular. Me deslicé a través del vagón para buscar unos asientos dobles en los que poder acomodarme y dejar la funda de la guitarra. Por el cristal podía apreciar el movimiento de la ciudad. Éramos muchas personas en muy poco espacio, es lógico que nos pueda sentar mal. Entonces sentí la pierna vibrar. Me estaban llamando, o me enviaban un mensaje, no sé. Lo cogí. Era un mensaje suyo. A pesar de su sencillez, no lo entendí ni a la primera ni a la segunda, pero al leerlo por tercera vez entendí lo que pasaba por su cabeza, y me dejó con la cara de gilipollas del que de repente sonríe mientras está llorando. Decía

Cogeré el próximo tren. Te quiero.


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Casi vomito después de haber escrito esto pero bueno. Lo de siempre, perdón por tener que leer tanto y una canción.
Only ones who know - Artic Monkeys

2 comentarios:

  1. Vaya. Ha salido una faceta romántica.

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  2. Me gusta mucho está chica. hihi, y nada, siento no poder decir nada más con tanta letra fantástica que nos has dejado.

    "yo elegi no elegir la vida".

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