jueves, 31 de diciembre de 2009

Lejos

Pongamos que consigo escribir un relato en cada doblez de este papel de dos caras por dos por dos. Por los dos dobles, o desdobles debería decir. Y lo grapo, y se queda en él el sudor y amarillean los¿las? dobleces y todas ellas. De los ocho mundos en cada hoja, o habitaciones más bien, siendo austeros.

Aun con todo, tal vez esas habitaciones le interesasen a alguien, tras haber yo muerto, o suicidado¿me?, o lo que fuese que sea y viceversa. Podrían subastar el grapolio de hojas y un anónimo desde Taiwan lo compraría por miles de dólares, habiendo competido antes con un francés. Sería bonito saber que alguien me quiere así, como quien mira un cuadro. Pagando tanto, y eso.

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L'aquoiboniste - Jane Birkin

lunes, 28 de diciembre de 2009

And I knew if I had my chance...

No serían ni uno ni dos los campesinos que en la puntiaguda Edad Media hubieran nacido con el don de crear música. Aldous, tarapampabuelo de alguno de nosotros, pasó toda su vida, aparte de entre ratas infectadas de peste bubónica y olor a heces bovinas, obsesionado con melodías celestiales. De vez en cuando se sentaba afuera de la catedral en la ciudad, y con suerte había un concierto o una misa y podía escuchar los escollos de lo que sólo nobles y clerecía parecían merecer. Escuchaba con los ojos cerrados y la boca entreabierta.

Por el camino, emocionado con el vivo recuerdo, componía en su cabeza sinfonías imaginando a la perfección cómo sonaban y se cruzaban los primeros y segundos violines, violas y bajos, o aventuraba alguna fuga de órgano. Al volver a la labor del huerto explicaba detalladamente al aire cómo era cada una de las voces; moviendo los brazos enérgicamente las cantaba una a una. Cuando el viento pasaba a través de las hojas y silbaba, imaginaba sus instrumentos tocando, su música, y lloraba emocionado con el cielo que entonces rozaba con los dedos. Y jamás supo qué era un pentagrama, una tonalidad, ni un círculo de quintas, ni quién era es tal Johann Sebastian del que tanto hablaban.

Ahorrando durante dos años compró un laúd, y con ello consiguió hacer algunas canciones que entretuvieran a borrachos en los bares de la pobredumbre. Y en eso quedó todo, no pudo hacer más. Ni siquiera se casó. Al final quienes mejores conocieron su obra fueron sus hortalizas, las cuales ya sea por causas inciertamente científicas o simplemente metafísicas, crecieron más grandes y jugosas de lo normal.


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El dilema de siempre, no sé si la brevedad está bien o es que soy incapaz de escribir algo con más cuerpo.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Pasada ya la escena de los jadeos, qué digo jadeos sino gritos, era curioso cómo hasta la nimiedad de tragar saliva cortaba el aceitoso silencio. La margarina usada con tanta lascivia era ahora el olor impregnado por el cuello, y margarina era el aura luminífera de la luna en su pelo.
Curioso era, cómo el movimiento trapezoide terminaba y nuestros corazones nos golpeaban a nosotros, cuerpos muertos, tablas de planchar con protuberancias.
Que una mano jugase en el ombligo a contraer y estirar, por llenar la nada.

Y que el perro ladrara al gato, sí, ahí afuera, donde el mundo seguía. Donde el gato araña el árbol subido a él por última vez, cauteloso y jadeante.

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No suelo escribir cosas así de ininteligibles, pero estaba nos han dejado en clase dos horas muertas y algo tenía que hacer.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Desde el momento en que salió de mi boca
aquel “Siempre te protegeré”
supe que era cierto lo que decía mi amigo:
que las relaciones vuelven gilipollas
a la gente.

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Que nadie se lo tome a mal, sólo se me ocurrió mientras volvía de comprar aquella pizza barbacoa tamaño familiar y me pareció gracioso.

viernes, 18 de diciembre de 2009

No te mientas;
si fueras él,
tampoco lo harías.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Noche

Borracho y perdido, gilipendiado por los giros del destino, anda un caballero en mitad de la noche. Guitarra en mano y traje modesto. Y da sus tumbos aquí y allá, delatores de sus copas de vino. Ni el trabajo, ni el casero, ni las pelis subtituladas de madrugadada le dirán a qué hora volver.

Esta noche el aire está caliente y el cielo vacío. Su cabeza parece seguir un ritmo distinto que el de sus pies, y las farolas, y la gente que pasa desdibujada a los lados. Y algún que otro al verlo con el instrumento dice algo del estilo eeeeh la guitarreta, o hace como que toca con una guitarra de aire.
Esto es algo que corroe considerablemente a nuestro antihéroe, pero va más allá de que se muestren como los gilipollas que son. Sí, es algo peor, una miseria más profunda. En su estado tal vez no está para tachar a nadie de miserable.
Nunca sabe cual será su última noche.

Se sienta en el banco de un parque y busca la luna, pero la luna no está. Por un momento, cree sentir enteramente los remolinos de aire rodeándolo a decenas de metros. Por un momento, acompañado de árboles, lo ve: esa gente le asquea porque nunca entenderán lo que es la música. Nunca entenderán que alguien pueda decir algo importante. Bueno, ellos nunca entenderán nada.

Se pone a decirlo en voz alta, riendo: vivís una broma, desgraciados, encerrados en...
Sigue con el soliloquio hasta una máquina de refrescos dónde, con dificultad al atinar la moneda, se compra una cerveza. Sin, claro. Al sentarse saca de su cartera la foto, esa foto otra vez, y se pone a mirarla mientras bebe. Tan bonita. Mañana la tiro, se dice, mañana.

-Señor, nos toca algo?
La cara le cambia. Levanta la cabeza y ve un par de adolescentes. Lo ha dicho el chico pero es la chica quien sonríe. Les mira tensamente y ellos siguen esperando. Coge bien su instrumento y dice:
-Yo? Yo a vosotros? Claro hombre, cantaré algo bonito para que os podáis ir cogiditos de la mano a tu casa a follar ¿no? - Los jóvenes apresuran a darse la vuelta, asustados por las palabras y su dificultosa dicción. Él sigue - Estáis solos, es que no lo véis? No lo entenderéis nunca! Sois tantos que estáis solos! Todos! Solos!
Para cuando pronunciaba el último solos ya no había nadie cerca. Y se puso a tocar.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

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Busco mecenas, musa y editor. Hagan cola delante de mi casa. Les recibiré con la sonrisa más falsa que tenga y ya tendremos tiempo de intimar.

Traeré un poco de whisky o ron, he oído que gustan de ello. Podemos escuchar un poco de Brahms mientras nos quedamos cerrados en nuestras butacas, ver la eclíptica del sol en la pared del comedor, sonreír recordando aquello de que cualquier tiempo pasado...



Stranger Song - Leonard Cohen.
Letra

The stranger song, sí, por tercera o cuarta vez, pero no importa, es perfecta, y además podemos debatir en nuestros sillones si lo del final es una lágrima o sudor.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Has venido a confesarte?

Recuerdo cómo nos encontrábamos en los baños de las chicas las horas sueltas, cómo no recordarlo. Me esperaba tan deseable, con el pelo revuelto y esas medias tal como me esperó el primer día, y me echaba adentro sin decir nada. Allí empujaba mis pantalones abajo y su falda hacía arriba, comenzábamos nuestro rito y la temperatura subía rápidamente.

Conocía lo que era el asco, como el que veían a veces en mi pelo, en mi cara, en mis actos: en la suma exponencial de todos ellos. E imaginaba que en aquella situación era aún peor, con el sudor y el movimiento animal. A ella parecía no importarle, y eso era lo mejor de todo. Aunque fuera en algo tan trivial, aunque no supiera mi nombre, aunque hubiera otros; eso daba igual.

Aun con todo sabíamos que era humillante y por ello no decíamos nada. Si. Mm. Ya. Mm. Hasta aquel /tienes algo en el pelo/ que recibió entre risas un día me resultó fuera de lugar.

Más que el miedo a que nos encontrasen, en mitad del acto lo que me sobrevenía era pensar en qué pasaría si me enfrentase a aquello. Si alguien pudiera saber de lo que hicimos, ya fueran vivos o espectros errantes. Tal vez estos pensamientos extraños se apoyaban en el humo del cannabis que se colaba por la estrecha ventana, llegado desde el rincón de los fumetas. De allí he visto a profesores sacar alumnos inconscientes en más de una ocasión, lo juro.

Por qué me iban a juzgar esos extraños espectros, si era lo único que daba sensación de escapar. Sí, a pesar de hacerlo en un metro cúbico rodeado de tres paredes de madera y una de azulejo. Ante eso se van el asco y la culpa y todo. Así que una vez terminábamos, al salir al pasillo de nuevo mientras ella se quedaba por la zona, ya no me importaba que alguien me viese pasándome el último botón del pantalón.