Si hubiese sabido que el Delirio se escondía detrás de aquella esquina, hubiese borrado todo lo anterior, me hubiese dedicado a nada en la vida, con tal de vivir allí para siempre.
domingo, 10 de agosto de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
Luego
Luego pensé que me molestaba olvidar pequeños detalles que surgían en las conversaciones, como si quisiera devenir yo mismo el infalible archivero de estas.
Luego pensé que lo que me hacía incomodarme en general era la sensación de no tener suficiente tiempo para todo.
Luego pensé en que en tanto que toda pequeña o gran cosa tenía algo de bueno o de malo, era esa manchita la que no dejaba ya disfrutarla.
Luego pensé que querría a las chicas de una manera en que siempre me perdería algo en ellas.
Luego pensé en que tal vez no haberles sujetado lo suficiente la puerta a esos chicos pudo haberles molestado.
Luego pensé que era extraño que a pesar de todo eso que había estado pensando a ratos sueltos, ese parecía un día no bonito, sino precioso.
Luego pensé en Daniel Johnston grabando su voz en un magnetófono, y en lo bonito de que hubiese utilizado esa palabra.
Luego pensé que era triste que a veces se me hiciera más bonito el hecho de tener una idea, que la idea en sí misma.
Luego pensé en que realmente me gustaría hacer otra carrera, como Sociología o Filosofía, y dentro de la situación de no hacerlo, en que uno no llegaba nunca a determinar realmente cuáles eran las causas que influían en esa decisión.
Luego pensé en que podría hacer una pequeña locura, como rebatir en un trabajo las ideas que un profesor diese a lo largo del trimestre, todo con citas y lenguaje académico.
Luego pensé que ahí la Idea había vuelto a superar a la Praxis.
Luego pensé en que al tararear ese final de frase mozartiano no pretendía nada en particular, que eso rebatía la idea anterior y que era una pena que nadie fuese a verme tararearlo nunca, al menos en mi "estado natural".
Entonces, justo entonces...
Ella vestía de tulipanes los miércoles. Los jueves de amarillo. Cuando llevaba medias era como morirse. Me preguntó algo y no recuerdo lo que dije. No le importaba estar sentada durante horas, y entrecerraba los ojos intentando ver efectos, o sonreía y decía una frase en voz baja, al ver algo mientras caminaba. "No, no me gusta la hierba, ¿por qué iba a hacerlo", decía, con un tono severo que tenía la contradictoria cualidad de dejar a uno tranquilo, sabiendo que cualquier irritación en ella era siempre inocente. Le gustaban los libros, claro, a pesar de que saltaba con facilidad de uno a otro sin terminárselos, y de que aún no se hubiese atrevido a hacer lo que llamaba afectuosamente "el salto definitivo", que consistía en leer uno de sus poemas en alguna jam de algún bar de la ciudad.
En la mesa tenía mis libros, mi música, mi sentía todo tan mío, y sonreía sin saber muy bien por qué.
Luego, bueno... pasaba la bibliotecaria dejando libros con su carrito, y pensé en disculparme un poco de broma por haber dejado unos libros apilados el otro día, que me había encontrado en su sitio ahora. Pensé que qué mierda de broma era esa, si me creía que era una especie de regalo mío a su día monótono, un éxito comunicativo o algo así. Y qué debía pensar la gente de alguien que pasa tres horas para leer veinte páginas mientras se dedica a otras cosas.
Una persona poco seria y poco preparada para la vida.
Luego la beca, el futuro, y la experiencia.
Y aquello no llegaría a ser ni un relato.
Luego pensé que lo que me hacía incomodarme en general era la sensación de no tener suficiente tiempo para todo.
Luego pensé en que en tanto que toda pequeña o gran cosa tenía algo de bueno o de malo, era esa manchita la que no dejaba ya disfrutarla.
Luego pensé que querría a las chicas de una manera en que siempre me perdería algo en ellas.
Luego pensé en que tal vez no haberles sujetado lo suficiente la puerta a esos chicos pudo haberles molestado.
Luego pensé que era extraño que a pesar de todo eso que había estado pensando a ratos sueltos, ese parecía un día no bonito, sino precioso.
Luego pensé en Daniel Johnston grabando su voz en un magnetófono, y en lo bonito de que hubiese utilizado esa palabra.
Luego pensé que era triste que a veces se me hiciera más bonito el hecho de tener una idea, que la idea en sí misma.
Luego pensé en que realmente me gustaría hacer otra carrera, como Sociología o Filosofía, y dentro de la situación de no hacerlo, en que uno no llegaba nunca a determinar realmente cuáles eran las causas que influían en esa decisión.
Luego pensé en que podría hacer una pequeña locura, como rebatir en un trabajo las ideas que un profesor diese a lo largo del trimestre, todo con citas y lenguaje académico.
Luego pensé que ahí la Idea había vuelto a superar a la Praxis.
Luego pensé en que al tararear ese final de frase mozartiano no pretendía nada en particular, que eso rebatía la idea anterior y que era una pena que nadie fuese a verme tararearlo nunca, al menos en mi "estado natural".
Entonces, justo entonces...
Ella vestía de tulipanes los miércoles. Los jueves de amarillo. Cuando llevaba medias era como morirse. Me preguntó algo y no recuerdo lo que dije. No le importaba estar sentada durante horas, y entrecerraba los ojos intentando ver efectos, o sonreía y decía una frase en voz baja, al ver algo mientras caminaba. "No, no me gusta la hierba, ¿por qué iba a hacerlo", decía, con un tono severo que tenía la contradictoria cualidad de dejar a uno tranquilo, sabiendo que cualquier irritación en ella era siempre inocente. Le gustaban los libros, claro, a pesar de que saltaba con facilidad de uno a otro sin terminárselos, y de que aún no se hubiese atrevido a hacer lo que llamaba afectuosamente "el salto definitivo", que consistía en leer uno de sus poemas en alguna jam de algún bar de la ciudad.
En la mesa tenía mis libros, mi música, mi sentía todo tan mío, y sonreía sin saber muy bien por qué.
Luego, bueno... pasaba la bibliotecaria dejando libros con su carrito, y pensé en disculparme un poco de broma por haber dejado unos libros apilados el otro día, que me había encontrado en su sitio ahora. Pensé que qué mierda de broma era esa, si me creía que era una especie de regalo mío a su día monótono, un éxito comunicativo o algo así. Y qué debía pensar la gente de alguien que pasa tres horas para leer veinte páginas mientras se dedica a otras cosas.
Una persona poco seria y poco preparada para la vida.
Luego la beca, el futuro, y la experiencia.
Y aquello no llegaría a ser ni un relato.
miércoles, 15 de enero de 2014
Vaso
Suspirábamos por dar el salto a una ciudad, echando mano de un imaginario que mezclaba nuestros sueños y aspiraciones con escenas de series, películas y canciones. Ficciones que tenían, sabíamos, verdades, verdades a medias, y verdades que no aparecían porque resultaban directamente inmostrables.
Y bastaba escuchar la presentación de aquel saxofonista, diciendo con modestia "Aquel año que pasé en Brixton...", para imaginar todos los sofás y camas en los que había dormido, las charlas a seis que habría mantenido, todo los cigarros que habría consumido. O aquel camarero que en los descansos hablaba a las chicas en inglés, tan distendido en sus primeras veces; todos sus estudios, sus relaciones, sus placeres sensoriales.
Suspirábamos por todos los abrigos y jerseys y silencios y sonrisas, pelos bonitos, posturas, bromas, nieves y lluvias y soles, paseos de paz improductiva, todos los sombreros y señores graciosos, cruces inesperados, gafas nuevas, rubores. Suspirábamos, en suma, por un armario de mundos posibles.
Y bastaba escuchar la presentación de aquel saxofonista, diciendo con modestia "Aquel año que pasé en Brixton...", para imaginar todos los sofás y camas en los que había dormido, las charlas a seis que habría mantenido, todo los cigarros que habría consumido. O aquel camarero que en los descansos hablaba a las chicas en inglés, tan distendido en sus primeras veces; todos sus estudios, sus relaciones, sus placeres sensoriales.
Suspirábamos por todos los abrigos y jerseys y silencios y sonrisas, pelos bonitos, posturas, bromas, nieves y lluvias y soles, paseos de paz improductiva, todos los sombreros y señores graciosos, cruces inesperados, gafas nuevas, rubores. Suspirábamos, en suma, por un armario de mundos posibles.
sábado, 11 de enero de 2014
Recibir
Andy hacía scroll con la rueda de su ratón, haciendo pasar una serie de datos contables por la pantalla de su ordenador. Llevaba cuatro horas sentado en una silla de escritorio, y más de una pensando que podría levantarse para tomarse un café o simplemente tomar el aire. Se frotó el mentón, afeitado hacía tres días, con el nudo de su corbata, sólo inclinando su cabeza hacia abajo. Llevar corbata cada día no dejaba de hacérsele tan gracioso como si le dejasen ir a trabajar en pijama.
Se hirguió, recordándose a sí mismo a un hurón, y miró alrededor para comprobar si seguía sin haber nadie. En ese mismo despacho coincidía algunas horas con otros dos chicos, uno de ellos debía pasar los treinta y cinco años ya. Ellos cobraban tan poco como Andy, pero como le caían bien al jefe probablemente les cogerían con facilidad en un futuro, siempre que no hicieran un estropicio con las cuentas que manejaban.
Se quitó las gafas y se frotó primero la frente y el nacimiento del cabello, pero luego bajó hasta los ojos y se frotó las legañas y su nariz, utilizando el pulgar y el índice de su mano derecha.
- Debería centrarme - murmuró.
Se levantó y se acercó hasta la ventanas cerradas. Era un día especialmente airoso. Se puso a caminar al lado de las ventanas, dando cinco o seis pasos y luego girando sobre sus talones. Mientras tanto, de afuera llegaba el murmullo del viento, apagado y grave a través del vibrar de las ventanas. Las ramas medio deshojadas de los árboles se agitaban mudamente.
Se sentó y volvió a mirar alrededor. A menudo esos dos charlaban con el jefe animadamente en la planta de arriba durante media hora, o tres cuartos. Distraído, Andy accedió a su correo electónico tras teclear la contraseña. Había tres títulos en negrita, indicando los mensajes por leer. Dos de ellos pertenecían al boletín de la empresa en la que trabajaba. El tercero de ellos, recibido hacía dos días, se llamaba Re:Calcetines.
Lo abrió y vio que eran cuatro párrafos, unas veinte líneas en total. Pensó por unos segundos, haciendo un gesto apretando juntos los labios. Comprobó con cierto pesar que del vaso de café que seguía sobre su mesa no quedaba más que el azucar mojado. Se planteó volátilmente la posibilidad de ir a por otro, pero sea porque peligraba el tiempo de intimidad del que disponía, sea porque se dio cuenta de que era un fetichismo prescindible, descartó la idea y empezó a leer:
>>
Disculpa por tardar tanto en responderte, he estado liada con los últimos exámenes, pero me alegró mucho leer tu último mensaje. Justo lo vi cuando acababa de perder un tren, por lo que pude pasar un buen rato releyéndolo un par de veces.
Yo también creo que los cambios bruscos, incluso cuando salen mal, le ayudan a uno a desperezarse. Y sí, aquella frase era un cumplido, ¿qué te has creído? Además, creo que no he usado un sarcarsmo en meses. No sé si están dejando de hacerme gracia o que yo me vuelvo menos ingeniosa por momentos.
Acerca de lo que dices de la inquietud por todo, es normal, pero intenta no anticipar tanto las cosas. ¿No has probado los paseos de noche? Creo que si uno intenta hacer el esfuerzo de reservarse un poco para sí mismo, luego al estar con gente va mejor. No sé si eso podría ayudarte. Cuando tenga un poco de tiempo volveré a aquella biblioteca a la que fui una vez, que tenía una sección de libros de relatos (aunque no sé si ojeando una hoja o dos de cada uno podré decidir cuál llevarme).
Y sí, los semáforos en rojo a menudo incitan a uno a dar vueltas. ¿No es éste un invierno especialmente aireado? Algunos días pienso que para qué peinarme antes de salir de casa. No sé si eso me haría paracer más aún una loca. ¿Por qué prefieres el autobús al metro?
Un beso.
>>
Justo terminaba de leer cuando escuchó voces llegar y esperó no encontrarse con la incómoda situación de que entrase el jefe con ellos y le dedicasen a Andy alguna mirada. Estaba buscando ya el ángulo en que podría esconderse tras la pantalla del ordenador, pero por suerte eran sólo ellos dos. El primero abrió la puerta mirando hacia atrás mientras hablaba.
- Joder, Twitter en tres días ha subido un 15%.
- Y en un mes fácilmente un 100 o 150.
- Joder. Es que dices, ahora ya no me meto porque va a bajar seguro, y venga, otro día más para arriba, y estará la gente forrándose.
- Aquí hay dos tipos de personas, los que se suben en la ola y los que no.
Andy tecleó algo al azar para finjir que estaba inmerso en algo, y esperó a ellos se sentaran cara a sus pantallas para detenerse y pensar qué tarea podía hacer en ese momento. Se acordó de unos archivos que había dejado por revisar el día anterior. Abrió la carpeta y, aunque permaneció con los ojos fijos en el contenido de esta, realmente se había quedado con la mente en blanco , y necesitó casi cinco minutos para darse cuenta y ponerse a hacer algo.
Miró, pensó, y tecleó, y pasaron dos horas (en las que ellos dos hablaron a ratos sueltos) hasta que empezó a anochecer y pudieron salir los tres hacia sus casas. Mientras se subía la cremallera de la chaqueta, según salía del edificio, percibió en los árboles que el viento se había calmado un poco. Por el suelo había pequeños montones de hojas repartidos en diferentes lugares. Pensó en si podría cruzar la avenida ahora que que el semáforo acababa de ponerse en verde, o si optaría por caminar un rato más por el mismo lado de la acera, para cruzar en otro paso de peatones, más adelante.
Subido en el autobús, se quedó de pie apoyado contra una ventana cerca de la salida trasera. Junto con él, había otras tres personas que permanecían de pie, a pesar de que había sentada al fondo una mujer con el pelo liso que tenía el asiento de al lado libre, pero era el más cercano a la ventana.
Sacó de su maletín un ejemplar de los Nueve cuentos de Salinger que había encontrado por casualidad en los estantes exteriores de una librería, por un poco menos de lo que valía un café de máquina. Abrió el libro al azar, aunque calculando algo más lejos que la mitad de las páginas. Se había dejado a medias el segundo cuento, y pensó que ya lo retomaría, pero que le apetecía empezar uno nuevo. Leyó dos páginas, pero finalmente tuvo que cerrar el libro y volverlo a guardar.
Andy miró por la ventana, la ciudad llenas de luces, y el azul ya casi negro. Luego miró a los pasajeros del autobús y las franjas de luz que entraban desde afuera que, proyectándose sobre ellos, se desplazaban de izquierda a derecha siguiendo el movimiento del autobús, según este dejaba atrás edificios sucesivos.
Terminado el viaje, llegó a su edificio y subió las escaleras de caracol hasta el cuarto piso. Mientras giraba la llave, intentó recordar cuál era el nombre de la asignatura de la que su compañero dijo que se iba a examinar ese mismo día, para poder preguntarle qué tal había ido.
- Hola. - dijo mientras cerraba la puerta. ¿Qué tal ha ido tu examen?
- Bueno - rió. Nah, yo creo que bien.
- ¿Qué te han preguntado?
- Un problema de desplazamiento de un fluido en un conducto circular. Dos páginas de integrales.
Andy asintió y se puso un vaso de agua del grifo.
- Voy a hacer arroz con salchichas, ¿quieres? - le dijo su compañero.
- Vale, gracias. ¿Quieres que nos veamos alguna peli luego?
- No sé cómo estará la cosa, igual se pasan Henry y su amigo en un rato.
Andy se metió en su cuarto. Habiendo llamado ya el día anterior, no debería esperar ninguna llamada de su padre (siguiendo su pacto tácito de llamar cada tres, cuatro, o cinco días, rara vez más). Sin embargo pensaba ya, con una ligera cota de estrés, en qué "cosas que le hubiesen pasado" podría contarle, y en cuáles podría preguntarle también, para poder romper esos silencios extraños que se formaban cuando la conversación duraba poco más de un minuto.
Esuchó cómo llamaban al timbre, y unos segundos después, los saludos animados llegando desde el salón. Se quitó la chaqueta y la dejó colgada en la silla. Hizo arrancar su portátil y esperando, dejó su maletín encima de la cama y se tumbó boca arriba. Acercó el ordenador estirando el brazo para alcanzarlo en la mesa. El ordenador empezó, según la pantalla, a descargarse unas actualizaciones, cosa que llevaría "dos minutos". Una vez se mostró el escritorio, abrió una carpeta y revisó distraídamente la lista de películas que se había descargado, moviendo el ratón de forma azarosa.
Cuando salió al salón de nuevo, su compañero de piso, Henry y su amigo estaban fumando hierba, los dos invitados sentados en el sofá y el compañero en una silla, con los codos apoyados sobre las rodillas, inclinado hacia delante.
- ¿Los animales sueñan? - preguntó uno de ellos.
- Sí, leí un artículo que decía que soñaban. Además mi gato un día que estaba durmiendo empezó a hacer gestos y se levantó de un salto como asustado, así que estaría soñando algo seguro.
- ¿Qué soñará un gato? - preguntó uno de ellos.
- Seguro que sueña con que es una persona.
- No, no - dijo otro entusiasmado - soñarán con que son una persona que está desnuda a cuatro patas, haciendo de gato.
Los demás se pusieron a reír.
- Soñarán con que se los come un ratón.
Le ofrecieron fumar a Andy, quien dio un par de tímidas caladas.
- O un gato que sueña que tiene a un humano de mascota - dijo.
Los demás rieron ruidosamente, aunque ni más, ni menos que con las otras bromas. Dio una calada más y pasó el cigarrillo a uno de los chicos. Esperó unos segundos de pie, y mientras seguían riendo, fue a la cocina y tras coger su plato se metió en su cuarto sin decir nada, aunque algo más lentamente de lo que lo hubiese hecho normalmente, dejando tiempo a que alguien le dijese algo si lo deseaba.
Cerró la puerta detrás de él. A través, escuchaba apagado y grave el murmullo de la voces en el salón, acompañado por momentos de risas y aplausos histéricos. Dejó el plato en el escritorio y estando de pie se encorvó para dar tres tenedorazos. Dejó el tenedor en el plato y se volvió a tumbar en la cama, soltando aire con fuerza por la nariz, como un suspiro mudo. Alli, tumbado sobre su pierna derecha, cogió su portátil y lo apoyó al lado de su cabeza, que reposaba cómodamente sobre la almohada. Y así ladeado entró en su correo con un par de clics, y volvió a leer el mensaje:
>>
Disculpa por tardar tanto en responderte, he estado liada con los últimos exámenes, pero me alegró mucho leer tu último mensaje. Justo lo vi cuando acababa de perder un tren, por lo que pude pasar un buen rato releyéndolo un par de veces.
Yo también creo que los cambios bruscos, incluso cuando salen mal, le ayudan a uno a desperezarse. Y sí, aquella frase era un cumplido, ¿qué te has creído? Además, creo que no he usado un sarcarsmo en meses. No sé si están dejando de hacerme gracia o que yo me vuelvo menos ingeniosa por momentos.
Acerca de lo que dices de la inquietud por todo, es normal, pero intenta no anticipar tanto las cosas. ¿No has probado los paseos de noche? Creo que si uno intenta hacer el esfuerzo de reservarse un poco para sí mismo, luego al estar con gente va mejor. No sé si eso podría ayudarte. Cuando tenga un poco de tiempo volveré a aquella biblioteca a la que fui una vez, que tenía una sección de libros de relatos (aunque no sé si ojeando una hoja o dos de cada uno podré decidir cuál llevarme).
Y sí, los semáforos en rojo a menudo incitan a uno a dar vueltas. ¿No es éste un invierno especialmente aireado? Algunos días pienso que para qué peinarme antes de salir de casa. No sé si eso me haría paracer más aún una loca. ¿Por qué prefieres el autobús al metro?
Un beso.
>>
Cerró los ojos y se quedó así, con el lado derecho de su cabeza hundido en la almohada mientras seguía recibiendo la tenue luz de la pantalla a través de los párpados. Luego los abrió, parpadeando varias veces y miró a su alrededor. Era como si no recordara qué hacía en esa habitación. Cerró los ojos de nuevo durante un par de minutos, en los que cayó en una sensación parecida al suave ensoñecimiento, pero con la intuición de que iba a tardar en dormirse aún. Al parecer afuera el viento volvía a golpear vivamente. Llegaban risas también.
"Cuando hice aquel viaje a Hamburgo..." , murmuró.
Andy estiró por unos segundos los músculos de su espalda. Entonces se levantó de su cama y volvió a ponerse los zapatos y luego la chaqueta. Pulsó el botón de apagado del ordenador, que seguía encendido sobre la cama, y revisó que tenía aún las llaves del piso. Salió de su cuarto y, sin decir nada a la gente que había en el salón, abrió la puerta de la entrada y, cerrando con sumo cuidado, se fue.
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Impromptu no.3 - Schubert
Se hirguió, recordándose a sí mismo a un hurón, y miró alrededor para comprobar si seguía sin haber nadie. En ese mismo despacho coincidía algunas horas con otros dos chicos, uno de ellos debía pasar los treinta y cinco años ya. Ellos cobraban tan poco como Andy, pero como le caían bien al jefe probablemente les cogerían con facilidad en un futuro, siempre que no hicieran un estropicio con las cuentas que manejaban.
Se quitó las gafas y se frotó primero la frente y el nacimiento del cabello, pero luego bajó hasta los ojos y se frotó las legañas y su nariz, utilizando el pulgar y el índice de su mano derecha.
- Debería centrarme - murmuró.
Se levantó y se acercó hasta la ventanas cerradas. Era un día especialmente airoso. Se puso a caminar al lado de las ventanas, dando cinco o seis pasos y luego girando sobre sus talones. Mientras tanto, de afuera llegaba el murmullo del viento, apagado y grave a través del vibrar de las ventanas. Las ramas medio deshojadas de los árboles se agitaban mudamente.
Se sentó y volvió a mirar alrededor. A menudo esos dos charlaban con el jefe animadamente en la planta de arriba durante media hora, o tres cuartos. Distraído, Andy accedió a su correo electónico tras teclear la contraseña. Había tres títulos en negrita, indicando los mensajes por leer. Dos de ellos pertenecían al boletín de la empresa en la que trabajaba. El tercero de ellos, recibido hacía dos días, se llamaba Re:Calcetines.
Lo abrió y vio que eran cuatro párrafos, unas veinte líneas en total. Pensó por unos segundos, haciendo un gesto apretando juntos los labios. Comprobó con cierto pesar que del vaso de café que seguía sobre su mesa no quedaba más que el azucar mojado. Se planteó volátilmente la posibilidad de ir a por otro, pero sea porque peligraba el tiempo de intimidad del que disponía, sea porque se dio cuenta de que era un fetichismo prescindible, descartó la idea y empezó a leer:
>>
Disculpa por tardar tanto en responderte, he estado liada con los últimos exámenes, pero me alegró mucho leer tu último mensaje. Justo lo vi cuando acababa de perder un tren, por lo que pude pasar un buen rato releyéndolo un par de veces.
Yo también creo que los cambios bruscos, incluso cuando salen mal, le ayudan a uno a desperezarse. Y sí, aquella frase era un cumplido, ¿qué te has creído? Además, creo que no he usado un sarcarsmo en meses. No sé si están dejando de hacerme gracia o que yo me vuelvo menos ingeniosa por momentos.
Acerca de lo que dices de la inquietud por todo, es normal, pero intenta no anticipar tanto las cosas. ¿No has probado los paseos de noche? Creo que si uno intenta hacer el esfuerzo de reservarse un poco para sí mismo, luego al estar con gente va mejor. No sé si eso podría ayudarte. Cuando tenga un poco de tiempo volveré a aquella biblioteca a la que fui una vez, que tenía una sección de libros de relatos (aunque no sé si ojeando una hoja o dos de cada uno podré decidir cuál llevarme).
Y sí, los semáforos en rojo a menudo incitan a uno a dar vueltas. ¿No es éste un invierno especialmente aireado? Algunos días pienso que para qué peinarme antes de salir de casa. No sé si eso me haría paracer más aún una loca. ¿Por qué prefieres el autobús al metro?
Un beso.
>>
Justo terminaba de leer cuando escuchó voces llegar y esperó no encontrarse con la incómoda situación de que entrase el jefe con ellos y le dedicasen a Andy alguna mirada. Estaba buscando ya el ángulo en que podría esconderse tras la pantalla del ordenador, pero por suerte eran sólo ellos dos. El primero abrió la puerta mirando hacia atrás mientras hablaba.
- Joder, Twitter en tres días ha subido un 15%.
- Y en un mes fácilmente un 100 o 150.
- Joder. Es que dices, ahora ya no me meto porque va a bajar seguro, y venga, otro día más para arriba, y estará la gente forrándose.
- Aquí hay dos tipos de personas, los que se suben en la ola y los que no.
Andy tecleó algo al azar para finjir que estaba inmerso en algo, y esperó a ellos se sentaran cara a sus pantallas para detenerse y pensar qué tarea podía hacer en ese momento. Se acordó de unos archivos que había dejado por revisar el día anterior. Abrió la carpeta y, aunque permaneció con los ojos fijos en el contenido de esta, realmente se había quedado con la mente en blanco , y necesitó casi cinco minutos para darse cuenta y ponerse a hacer algo.
Miró, pensó, y tecleó, y pasaron dos horas (en las que ellos dos hablaron a ratos sueltos) hasta que empezó a anochecer y pudieron salir los tres hacia sus casas. Mientras se subía la cremallera de la chaqueta, según salía del edificio, percibió en los árboles que el viento se había calmado un poco. Por el suelo había pequeños montones de hojas repartidos en diferentes lugares. Pensó en si podría cruzar la avenida ahora que que el semáforo acababa de ponerse en verde, o si optaría por caminar un rato más por el mismo lado de la acera, para cruzar en otro paso de peatones, más adelante.
Subido en el autobús, se quedó de pie apoyado contra una ventana cerca de la salida trasera. Junto con él, había otras tres personas que permanecían de pie, a pesar de que había sentada al fondo una mujer con el pelo liso que tenía el asiento de al lado libre, pero era el más cercano a la ventana.
Sacó de su maletín un ejemplar de los Nueve cuentos de Salinger que había encontrado por casualidad en los estantes exteriores de una librería, por un poco menos de lo que valía un café de máquina. Abrió el libro al azar, aunque calculando algo más lejos que la mitad de las páginas. Se había dejado a medias el segundo cuento, y pensó que ya lo retomaría, pero que le apetecía empezar uno nuevo. Leyó dos páginas, pero finalmente tuvo que cerrar el libro y volverlo a guardar.
Andy miró por la ventana, la ciudad llenas de luces, y el azul ya casi negro. Luego miró a los pasajeros del autobús y las franjas de luz que entraban desde afuera que, proyectándose sobre ellos, se desplazaban de izquierda a derecha siguiendo el movimiento del autobús, según este dejaba atrás edificios sucesivos.
Terminado el viaje, llegó a su edificio y subió las escaleras de caracol hasta el cuarto piso. Mientras giraba la llave, intentó recordar cuál era el nombre de la asignatura de la que su compañero dijo que se iba a examinar ese mismo día, para poder preguntarle qué tal había ido.
- Hola. - dijo mientras cerraba la puerta. ¿Qué tal ha ido tu examen?
- Bueno - rió. Nah, yo creo que bien.
- ¿Qué te han preguntado?
- Un problema de desplazamiento de un fluido en un conducto circular. Dos páginas de integrales.
Andy asintió y se puso un vaso de agua del grifo.
- Voy a hacer arroz con salchichas, ¿quieres? - le dijo su compañero.
- Vale, gracias. ¿Quieres que nos veamos alguna peli luego?
- No sé cómo estará la cosa, igual se pasan Henry y su amigo en un rato.
Andy se metió en su cuarto. Habiendo llamado ya el día anterior, no debería esperar ninguna llamada de su padre (siguiendo su pacto tácito de llamar cada tres, cuatro, o cinco días, rara vez más). Sin embargo pensaba ya, con una ligera cota de estrés, en qué "cosas que le hubiesen pasado" podría contarle, y en cuáles podría preguntarle también, para poder romper esos silencios extraños que se formaban cuando la conversación duraba poco más de un minuto.
Esuchó cómo llamaban al timbre, y unos segundos después, los saludos animados llegando desde el salón. Se quitó la chaqueta y la dejó colgada en la silla. Hizo arrancar su portátil y esperando, dejó su maletín encima de la cama y se tumbó boca arriba. Acercó el ordenador estirando el brazo para alcanzarlo en la mesa. El ordenador empezó, según la pantalla, a descargarse unas actualizaciones, cosa que llevaría "dos minutos". Una vez se mostró el escritorio, abrió una carpeta y revisó distraídamente la lista de películas que se había descargado, moviendo el ratón de forma azarosa.
Cuando salió al salón de nuevo, su compañero de piso, Henry y su amigo estaban fumando hierba, los dos invitados sentados en el sofá y el compañero en una silla, con los codos apoyados sobre las rodillas, inclinado hacia delante.
- ¿Los animales sueñan? - preguntó uno de ellos.
- Sí, leí un artículo que decía que soñaban. Además mi gato un día que estaba durmiendo empezó a hacer gestos y se levantó de un salto como asustado, así que estaría soñando algo seguro.
- ¿Qué soñará un gato? - preguntó uno de ellos.
- Seguro que sueña con que es una persona.
- No, no - dijo otro entusiasmado - soñarán con que son una persona que está desnuda a cuatro patas, haciendo de gato.
Los demás se pusieron a reír.
- Soñarán con que se los come un ratón.
Le ofrecieron fumar a Andy, quien dio un par de tímidas caladas.
- O un gato que sueña que tiene a un humano de mascota - dijo.
Los demás rieron ruidosamente, aunque ni más, ni menos que con las otras bromas. Dio una calada más y pasó el cigarrillo a uno de los chicos. Esperó unos segundos de pie, y mientras seguían riendo, fue a la cocina y tras coger su plato se metió en su cuarto sin decir nada, aunque algo más lentamente de lo que lo hubiese hecho normalmente, dejando tiempo a que alguien le dijese algo si lo deseaba.
Cerró la puerta detrás de él. A través, escuchaba apagado y grave el murmullo de la voces en el salón, acompañado por momentos de risas y aplausos histéricos. Dejó el plato en el escritorio y estando de pie se encorvó para dar tres tenedorazos. Dejó el tenedor en el plato y se volvió a tumbar en la cama, soltando aire con fuerza por la nariz, como un suspiro mudo. Alli, tumbado sobre su pierna derecha, cogió su portátil y lo apoyó al lado de su cabeza, que reposaba cómodamente sobre la almohada. Y así ladeado entró en su correo con un par de clics, y volvió a leer el mensaje:
>>
Disculpa por tardar tanto en responderte, he estado liada con los últimos exámenes, pero me alegró mucho leer tu último mensaje. Justo lo vi cuando acababa de perder un tren, por lo que pude pasar un buen rato releyéndolo un par de veces.
Yo también creo que los cambios bruscos, incluso cuando salen mal, le ayudan a uno a desperezarse. Y sí, aquella frase era un cumplido, ¿qué te has creído? Además, creo que no he usado un sarcarsmo en meses. No sé si están dejando de hacerme gracia o que yo me vuelvo menos ingeniosa por momentos.
Acerca de lo que dices de la inquietud por todo, es normal, pero intenta no anticipar tanto las cosas. ¿No has probado los paseos de noche? Creo que si uno intenta hacer el esfuerzo de reservarse un poco para sí mismo, luego al estar con gente va mejor. No sé si eso podría ayudarte. Cuando tenga un poco de tiempo volveré a aquella biblioteca a la que fui una vez, que tenía una sección de libros de relatos (aunque no sé si ojeando una hoja o dos de cada uno podré decidir cuál llevarme).
Y sí, los semáforos en rojo a menudo incitan a uno a dar vueltas. ¿No es éste un invierno especialmente aireado? Algunos días pienso que para qué peinarme antes de salir de casa. No sé si eso me haría paracer más aún una loca. ¿Por qué prefieres el autobús al metro?
Un beso.
>>
Cerró los ojos y se quedó así, con el lado derecho de su cabeza hundido en la almohada mientras seguía recibiendo la tenue luz de la pantalla a través de los párpados. Luego los abrió, parpadeando varias veces y miró a su alrededor. Era como si no recordara qué hacía en esa habitación. Cerró los ojos de nuevo durante un par de minutos, en los que cayó en una sensación parecida al suave ensoñecimiento, pero con la intuición de que iba a tardar en dormirse aún. Al parecer afuera el viento volvía a golpear vivamente. Llegaban risas también.
"Cuando hice aquel viaje a Hamburgo..." , murmuró.
Andy estiró por unos segundos los músculos de su espalda. Entonces se levantó de su cama y volvió a ponerse los zapatos y luego la chaqueta. Pulsó el botón de apagado del ordenador, que seguía encendido sobre la cama, y revisó que tenía aún las llaves del piso. Salió de su cuarto y, sin decir nada a la gente que había en el salón, abrió la puerta de la entrada y, cerrando con sumo cuidado, se fue.
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Impromptu no.3 - Schubert
domingo, 15 de diciembre de 2013
La nuit
Al dar las buenas noches a alguien, mi cabeza se concentraba en una esfera de calidez, rebuscando cómo comunicar que le deseaba la posibilidad de un sueño a medio recordar, que llenara de sonriente trascendencia su día siguiente. Como uno de esos Andante de Schubert, en los que modula su desarrollo a un color donde el intérprete no produce un suspiro, sino que la ternura es descubierta sin querer, atónito y abrumado, en un caminito de bosque insondable. Quedaba mirando las baldosas, deseando acariciarlo todo.
Cubierto de mantas, a oscuras ya, pensaba que habría una manera de tocar ese teclado invisible, de crear un acogedor hogar, íntimo y compartido. No le daba las buenas noches, simplemente se las deseaba.
Cubierto de mantas, a oscuras ya, pensaba que habría una manera de tocar ese teclado invisible, de crear un acogedor hogar, íntimo y compartido. No le daba las buenas noches, simplemente se las deseaba.
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