lunes, 24 de febrero de 2014

Luego

Luego pensé que me molestaba olvidar pequeños detalles que surgían en las conversaciones, como si quisiera devenir yo mismo el infalible archivero de estas.

Luego pensé que lo que me hacía incomodarme en general era la sensación de no tener suficiente tiempo para todo.

Luego pensé en que en tanto que toda pequeña o gran cosa tenía algo de bueno o de malo, era esa manchita la que no dejaba ya disfrutarla.

Luego pensé que querría a las chicas de una manera en que siempre me perdería algo en ellas.

Luego pensé en que tal vez no haberles sujetado lo suficiente la puerta a esos chicos pudo haberles molestado.

Luego pensé que era extraño que a pesar de todo eso que había estado pensando a ratos sueltos, ese parecía un día no bonito, sino precioso.

Luego pensé en Daniel Johnston grabando su voz en un magnetófono, y en lo bonito de que hubiese utilizado esa palabra.

Luego pensé que era triste que a veces se me hiciera más bonito el hecho de tener una idea, que la idea en sí misma.

Luego pensé en que realmente me gustaría hacer otra carrera, como Sociología o Filosofía, y dentro de la situación de no hacerlo, en que uno no llegaba nunca a determinar realmente cuáles eran las causas que influían en esa decisión.

Luego pensé en que podría hacer una pequeña locura, como rebatir en un trabajo las ideas que un profesor diese a lo largo del trimestre, todo con citas y lenguaje académico.

Luego pensé que ahí la Idea había vuelto a superar a la Praxis.

Luego pensé en que al tararear ese final de frase mozartiano no pretendía nada en particular, que eso rebatía la idea anterior y que era una pena que nadie fuese a verme tararearlo nunca, al menos en mi "estado natural".

Entonces, justo entonces...

Ella vestía de tulipanes los miércoles. Los jueves de amarillo. Cuando llevaba medias era como morirse. Me preguntó algo y no recuerdo lo que dije. No le importaba estar sentada durante horas, y entrecerraba los ojos intentando ver efectos, o sonreía y decía una frase en voz baja, al ver algo mientras caminaba. "No, no me gusta la hierba, ¿por qué iba a hacerlo", decía, con un tono severo que tenía la contradictoria cualidad de dejar a uno tranquilo, sabiendo que cualquier irritación en ella era siempre inocente. Le gustaban los libros, claro, a pesar de que saltaba con facilidad de uno a otro sin terminárselos, y de que aún no se hubiese atrevido a hacer lo que llamaba afectuosamente "el salto definitivo", que consistía en leer uno de sus poemas en alguna jam de algún bar de la ciudad.

En la mesa tenía mis libros, mi música, mi sentía todo tan mío, y sonreía sin saber muy bien por qué.

Luego, bueno... pasaba la bibliotecaria dejando libros con su carrito, y pensé en disculparme un poco de broma por haber dejado unos libros apilados el otro día, que me había encontrado en su sitio ahora. Pensé que qué mierda de broma era esa, si me creía que era una especie de regalo mío a su día monótono, un éxito comunicativo o algo así. Y qué debía pensar la gente de alguien que pasa tres horas para leer veinte páginas mientras se dedica a otras cosas.

Una persona poco seria y poco preparada para la vida.

Luego la beca, el futuro, y la experiencia.

Y aquello no llegaría a ser ni un relato.