viernes, 18 de octubre de 2013

Maníaco 2

Anoche, mientras intentaba dormirme, pensé en la posibilidad de que fueses la locura misma. Imaginé una historia enorme, como que gradualmente fueses excitando en mí una fase maníaca que me hiciese olvidar los estudios y hablar con los demás y cualquier cosa, y que me empezasen a recetar pastillas porque algún día hiciese algo que fuese "demasiado". Y que mi familia dijera que eres una mala influencia, entrando en mi cuarto y diciéndome  que no debería volverte a ver nunca. Que sacralizase tu piel blanca con un aura de misticismo asexuado y sexual, a tiempos saltarines, como corriente alterna. Que te escribiese poemas de varias páginas y canciones y cortos y pensase qué cosas decirte para crear una situación perfecta. Que eso durase mucho tiempo, y que siguiese creciendo y creciendo. Mi cabeza dando vueltas sobre sí misma.

Supongo que todo eso fue como un relato. Hubo un momento en el que algo hizo click en mi sistema neuronal, me dejó en un estado de suspensión, y fue como si fuese real, inevitablemente real por unos segundos, como ver imágenes de archivo o como si directamente estuviese pasando en ese momento. Como si efectivamente todo fuese a pasar así y no pudiera evitarlo y fuese a la vez trágico y conmovedor, un sueño bucólico y una pesadilla metidos dentro de una trituradora. El click se deshizo. Sólo fue una historia, yo un personaje y tú otro. Pero que consiguieras eso, llevándome de la mano... no deseaba otra cosa, y no me importaba perder la vida en un remolino. Por un momento. Y luego no,  y luego sí, y luego definitivamente no, nunca iba a pasar, así que me enfadé con mis neuronas y mis hormonas. Quedé desolado, y luego me dormí.

Maníaco 1

Apunta alto
Dispara tus balas
Hasta que las muescas de percutor
Digan basta.

Eso decía mi padre. Sí, mi padre intentaba escribir poemas, a pesar de no haber tocado un libro en su vida. No, qué va. Quería empezar así esta historia, no sé a qué vendría, pero no, mi padre nunca hubiese dicho una tontería así. No sé por qué viene a mí cabeza ahora mismo, en una clase de cómic. De cómic. Un revólver, cómic. No es tan ilógico. Pero quería seguir con ello. El profesor ha pasado un corto de dibujos animados. Y vaya, qué risitas sueltan todos.

Tengo dos teorías:

Efectivamente, ríen con sinceridad. El estado grupal incrementa la suspensión de la incredulidad, y el cine se vuelve verdaderamente cine. Como niños grandes ilusionados, con envidiable actitud de admiración, ríen con la ridiculez de cada gag y cada patada en el culo.

O por contra, es una risa inconscientemente nerviosa, la necesidad de reír por rellenar el hueco social. Corresponde a esa misma tensión, el nerviosismo palpable en las casas en las que el televisior se deja siempre encendido, para que hable un poco por todos, para que parezca que el día está siendo un día en el que está pasando algo verdaderamente.

Pienso con temor, en esos días en los que mientras intento dormir suenan dos televisores o más, en la posibilidad de que en algún momento actúen como dos chirriantes megáfonos de publicidad, trabajando simultáneamente, cosa que ocurrirá inevitablemente en algún momento de la noche, sin que nadie parezca molestarse. Una televisión con el volumen alto no parecía extraño como tercer invitado a una conversación entre marido y mujer.

Yo estudiaba eso, estudiaba el ruido.

Últimamente le doy tantas vueltas a una idea algo tonta. Tonta por irrealizable e idealizadora. Pienso que ojalá hubiese coincidido temporalmente con mi padre de otra manera. Que tal vez si le hubiese dado a leer un poco de Hemingway, al cual yo mismo no llego de a abrazar, y cuya elección sería incapaz de justificar, mi padre se hubiese sentido menos solo. Y esa incomprensible pena en su rostro tal vez hubiera suspirado, melancólicamente aliviado. Pero siendo un niño, qué va a entenderse de un hombre que dice, sentado y lacrimoso: "No lloro de pena, lloro de impotencia" ¿Qué conservaba yo de aquello, de aquello que fue todo menos eso? Una pensión a media vida.

El aula está por debajo del nivel del suelo, si alzas la vista puedes ver las piernas de la gente que pasa por la acera.  Cuando llueve mucho, pienso  que el agua entrará y que ese subterráneo se llenará como una pecera, todos flotando. Dentro de un año, la pecera se vaciará, yo no seré más que un pequeño recuerdo en las cabecitas de gente que tendrán, probablemente, carreras buenas, decentes, brillantes.

Mira tus pies.
Mira tus cordones despasados
Siente la holgura
De tu zapato.