jueves, 24 de febrero de 2011

Hija del viento - A.Pizarnik

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
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sábado, 12 de febrero de 2011

Secreto

La semana pasada fue mi cumpleaños. Fue el peor cumpleaños que recuerdo. La abuela dijo que este año había crecido más que nunca, frotándome el pelo. No me gusta que haga eso. Hermana dijo que iba al río para ver a sus amigas, y Madre dijo que podría llevarme con ella. Se quejó pero Madre se puso muy gritona y al final tuvo que llevarme. Como era mi cumpleaños no hacía falta que ordeñara a Tara y Donna.

Por el camino le dije que no me gustaban sus amigas. Bueno Gal•la sí, sí me gusta. Y su nombre es muy bonito, pero cuando se lo dije se rió de mí. Eso no me gusta. Tenía los zapatos desgastadísimos. Todos me dicen que arrastro los pies, pero yo no tengo la culpa de tener las piernas tan largas. El padre de Adrián es zapatero y es graciosísimo, aunque sólo lo he visto dos veces. Todo el mundo está preguntándome siempre qué quiero ser de mayor, y yo siempre digo que no sé con los hombros.

Cuando le pregunté a Hermana si iban a estar todas sus amigas, me dijo que no iba a estar ninguna, pero que ya me lo explicaría. Me gustan las sorpresas. Había unas nubes muy bonitas. No parecían de esas que fueran a llover. Papá está diciendo siempre que quiere que llueva para sus árboles. En realidad yo no sé mucho de todo eso. En escuela cuando preguntan si sabemos cuándo se coge una fruta casi todos lo saben, pero yo no.

Entonces llegamos. En realidad cuando decimos que vamos al río es que vamos al lado del río. Había un trozo con hierba y cosas muy bonito. Estaba un chico que había visto a veces. Pero no sabía su nombre. Después de que el chico me dijera Hola, Hermana me dijo que si me quedaba un rato mirando al árbol me daría su ábaco. Y como a mí me gustaba mucho le dije que bien. Y tampoco tenía que decirle nada a Madre. A veces Hermana me hace guardarle secretos, y yo no digo nada por no fastidiar.


- ¿Cuánto rato tengo que estar así? – le dije.
- Ya te he dicho que hasta que te avise.

Me puse a mirar al árbol. No era un árbol especial, ni siquiera era bonito. Había hierba de un verde muy triste, en la parte de debajo. Me gustan los árboles cuando tienen pájaros, un día Papá me contó una historia muy buena sobre un pájaro que se escapa de una jaula. Y luego…luego le pasan un montón de cosas, pero al final se encuentra con su amigo y le dice…cómo era. No me acuerdo. Perdón. No tendría que haber dicho nada. De veras, perdón. Sólo pasa que de mayor me gustaría contar historias muy bien, y que la gente me escuchase y comprase libros míos y todo eso.

Parecía que no estaban lejos pero tampoco cerca. Para que se me escuchase tenía que gritar. Había pasado un buen rato y me dolían la espalda y un poco las rodillas. La abuela está fatal de las rodillas y de vez en cuando se tiene que poner hielo.

- ¿Puedo cambiar de árbol? – le dije
- No, no puedes.

Arriba tenía las hojas marrones ya. Me había agachado y jugué un rato con la tierra, pero me dejó las manos rugosas y no me gustó. Luego cogí una piedra y empecé a golpear el tronco. Al final saqué unos cuantos trozos. Algún día papá me dejará coger leña con su hacha. Tumbaré un árbol muy grande y de ahí sacaremos leña para todo el invierno.


- ¿Puedo mirar ya? – le dije.
- No.

Oí las risas de ellos dos, y empecé a hablar solo. A veces lo hago porque me gusta. Y a veces es porque no estoy con nadie, o porque no quiero pensar en algo. Decía que seguro que les parecía muy divertido tenerme así. A todos les parecía muy divertido jugar a fastidiarme. Aún escuchaba las risas y me puse a golpear con las piedras los trozos de madera que había sacado. Nunca la había escuchado reírse así. Cuando no estamos enfadados ni nada se ríe conmigo, pero diferente. Era como si se riese bajito, como si nadie la tuviera que escuchar.

- ¿Ya? – le dije.
- No.

Intenté rascarme en el tronco la palma de la mano para ver si podía sangrar sin hacerme daño. Incluso probé con un poco de daño. Pero no pude. Odiaba ese árbol. Odiaba tener la tierra bajo mis pies. Después de eso, pensé que odiaba a todo el mundo y que quería apagar el sol. Eso me asustó un poco, porque parecía algo que diría una persona mayor. No sé explicarlo. Me pareció que no era bueno. No tan pronto. Ni siquiera una persona mayor diría eso.

Para cuando me dejó mirar, Hermana tenía las mejillas rojas y los ojos le brillaban mucho. El chico ya no estaba. Me dijo que volviéramos a casa. Yo quería acercarme al agua del río un poco, pero pensé que en realidad me daba igual. Me limpié las manos en los pantalones y empezamos a andar. Tenía el pelo más deshecho que antes. Había un pájaro muerto al lado de un árbol. Estaba boca arriba y era naranja.

- ¿Cuánto tiempo estará muerto? – le dije.
- Cállate.

Hermana siempre me manda callar. Tenía un poco de tierra en un brazo. Las nubes se movían más rápido que antes. Creo que es por el viento. ¿Pero por qué el viento…? A veces Madre se queja de que me quedo pensando en algo y no me entero de que me hablan. Pensé muchas cosas por el camino. No sé si los demás chicos… Sin querer una me salió de la boca.

-Soy demasiado mayor. – le dije.
-No, eres un crío.

Luego no dije nada, y ella tampoco. Parecía asustada después de eso. Creo que porque no dije nada. Me sentí otra vez mayor, pero en realidad eso no me hacía feliz.

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Crow Jane - Skip James
Form

domingo, 6 de febrero de 2011

Ofelia

Roy observa sigiloso en la noche, esperando, aun libre de toda sospecha, que ningún coche pase por allí. No hay casas en un buen radio, pero se llega hasta el recinto por una carretera secundaria, por lo que no es cosa difícil. Se queda mirando desde afuera, desde la otra parte de la verja, pensativo. Lleva media hora así, pensando sin pensar, indeciso. Mira el césped, agitado en sincronía por oleadas de viento, como si temblara todo ello. Aun sin verse una estrella, el cielo ha perdido el tono blanco que toma en la ciudad, descubriendo su carácter de terrorífico velo. Repasa razones y sinrazones.

Busca entre sus bolsillos la llave de la verja. Si todo sale bien, nadie debería saber nada al terminar la noche. Incluso si le atrapasen…bueno, si le atrapan descubrirán que su hermana trabaja allí. Sería horrible. Lo último que quería era que a ella la culparan de algo. Roy había cogido las llaves furtivamente de su bolso, por un impulso extraño, hizo copias y las volvió a meter más tarde, sin que ella se hubiera dado cuenta. Fue el principio. Luego se interesó por las personas que había dentro, pensó en qué hacer y lo que significara. Todo absurdo pero conciso.

Lleva, acumulados, días absurdos y noches sin dormir, por lo que el plan no brilla por sus detalles. Pero es como todo, ¿no? Eso que dicen, que con empeño y buen espíritu, se puede todo. Roy había sido, desde pequeño y casi de afección sintomática, un enamorado de los saltos de fe. Confiaba en que las cosas pasaban porque debían pasar, así como en los lazos invisibles que unían a las personas.

Las verjas del psiquiátrico están recubiertas, en su mayoría, por setos que alejan la idea de cárcel en el que las ve. Asimismo, todo el lugar está rodeado de una mediana extensión de hierba con pequeñas cimas, dando la impresión de un pequeño paraíso. Había visto ese lugar en sueños, hacía mucho, mucho tiempo. En su recuerdo, la línea de visión se doblaba por los extremos. Tenía ese pensamiento olvidado, por lo que no cayó hasta entonces en lo extraño de la imagen. Se doblaba por los extremos, hacia abajo, eso es. Pero el Eso es le hizo pensar a Roy que tal vez sólo se convencía de ello, y que nunca había soñado nada semejante.

Abre el portón en un pequeño ángulo, haciendo crujir el material.

Murmura en voz baja, mientras cruza un verde que se le hace inmenso, ensayos de su pequeño discurso. El mar, el mar… ¿Importará…– se pregunta – las palabras que escoja? ¿El tono en que las diga? Sé lo que quiero decirle, por qué tener miedo. Se toca el pelo intentado que esté lo más arreglado posible. O tal vez, piensa, cuanto mejor, peor. Tenía la consciencia de no saber en absoluto cómo debía ser aquello; era precisamente su esperanza, creer que en la sinceridad de lo desconocido tendría ya algo ganado.

Ahora la entrada principal. Sabe que hay un guarda que da vueltas. O espera que no sean dos. Estará al tanto de cualquier luz o sonido que vea. Siendo metódico, saca de su bolsillo la nota, por si acaso se confundía en su absurda memoria. Segunda planta, veintiséis, segunda planta, veintiséis. Nota cómo tiembla su mano en ello, y con desidia arruga el papel y lo guarda de nuevo. Avanza despacio a través de los pasillos, que huelen a plástico. Todo blanco, casi iluminando de por si el vacío. Las escaleras están cerca, y decide subirlas agarrándose a la barandilla para sentir el frío. Le gusta que duela. Hacía un rato que no pensaba. Si no piensa, es que es sincero, se dice, eso es. Mierda, otra vez. Una baldosa cruje al pisarla. Tiene una raja a lo largo de ella.

Al llegar a la habitación veintiséis, se asoma al rectángulo transparente de la puerta. Para verla. Un largo camisón cubre su cuerpo. No dormía boca arriba, como sin razón cabría suponer, sino cara a la puerta, dando la espalda a los rayos lunares. Un brazo bajo la almohada y el otro, relajado, reposando la mano cerca de sus pechos. Y el pelo marrón oscuro, largo, muy largo, trágicamente largo, como si significara algo de por si.

La habitación perfectamente vacía. Sin mesa, sin silla, sin espejo.

Roy se siente mal por el simple hecho de entrar en la habitación, en cada paso que da, nota el aura de divinidad que corrompe. E intenta distinguir en su cabeza lo útil de lo que le distrae. Pero eso es imposible, en última instancia. Pero ensuciaba, de lo que no tenía duda es que de alguna manera, ensuciaba. Le toca amablemente el hombro para despertarla de su sueño, y dejándose llevar por su torrente mental, le explica en voz baja.

- Ofelia, Ofelia querida. Ahora entiendo tantas cosas. – Dice, dejando una pausa para que salga de su ensueño – Entiendo los azules del cielo. Entiendo el camino. Los abismos. El mar. Ofelia, escucha.
- No… No.
Ella despertaba, calmada pero abriendo los ojos con furia. Notaba el torrente dentro de ella, Roy comprendía que al menos no sé equivocó, al intuirlo en ella. Pero de ver a comprender hay mil pasos, bien sabe.

- Pero tranquila, nadie sabrá nada. De veras, no diré nada. Por favor.
- ¡No soy una vil ramera! ¡No soy una vil ramera! – decía agitándose fuertemente, defendiéndose de los brazos de Roy, que ni siquiera pretendían tocarla.
- Por favor, entiéndelo.
-¡No me toques! ¡No soy una ramera!

Roy no sabe qué hacer. No se esperaba eso. Bueno en el fondo sí. Le dan ganas de llorar, no sabe qué hacer ahora. Ella grita como hacía mucho que escuchaba a nadie gritar, y seguro que alguien vendrá en nada. Se asoma a la puerta de nuevo, para vigilar. Alguien se acercaba. Tal vez guarda, tal vez otro loco, no quería arriesgar nada. Ofelia suma los calificativos de Indigno y de Rata, pero Roy ya ha desconectado, intentando no pensar. Adiós, querida. No ha resultado, así que ahora…

No es como en las películas. No hay perros, ni varios hombres. No lo tiene difícil para huir. Simplemente es correr. Correr hasta la salida de atrás, tomado el pasillo, luego a la izquierda, y bajando las escaleras. Es muy difícil que alguien corra más que él, así que corre a lo largo del pasillo, corre como nunca lo ha hecho. Ha visto un par de puertas abiertas por el camino, con figuras de pie, negras y silenciosas, en ellas. Imaginaba escenas locas. Imagina que se escucha a Bach por megafonía y todos los locos se ponen a bailar. Imagina aquella pieza coral para piano. Coral para piano, si es que eso existe. Imagina locos haciendo carreras de sillas de ruedas. Y a Jack Nicholson estrangulando a las enfermeras. Partidos de béisbol dentro de la sala de espera.

Piensa en si Ofelia se habría levantado hasta el umbral de la puerta, con su mente escurridiza. Ve la luna colándose por el amplio ventanal de las escaleras, que baja de un par de saltos en los que casi se tuerce el tobillo derecho. Sigue corriendo. Le viene su hermana a la cabeza. Le viene todo el mundo que espera algo bonito del mundo. Todos aquellos que pueden construir su presente. Y cómo pretende arrastrarlo todo abajo. Qué complicado todo. Se le entrecorta el aliento y la boca le sabe a sangre. ¿Había dejado la verja abierta?, se pregunta. Si no, lo tendrá difícil. Atraviesa el verde inmenso, húmedo, cruel, y sus cimas enormes. Sí estaba abierta. Una vez salido del recinto, a dónde había esperado indeciso durante media hora hacía tan poco, sigue corriendo, quiere asegurarse de que no pasará nada. Con el dolor de cabeza y todos sus pensamientos, sólo quiere desintegrarse. Corre y corre, más.

Farolas iluminan trozos sueltos de calle. Conos de luz. Roy tropieza en un bordillo y cae en la acera. La respiración que va a menos. En sus casas, gente duerme en placidez. Se preguntó qué hora sería, exactamente. Mejor dejar de correr, ya.

Se da tanto asco por tener que ir entre palos de ciego, actividades delictivas, y lloros de niños. Así que ni aquí ni allá. Está bien. A decir verdad, ni siquiera siente pena, vergüenza o miedo. Más bien el pensamiento obsesivo, de ahora qué. Había sido negado con tanta eficacia, y a su vez le importaba tan poco, que se plantea que va a ser su vida a partir de entonces.

No era más que una rata de buenas intenciones, una rata de corazón noble. Pero a los astros el corazón, lo que él entendía por corazón, no les importa en absoluto. Así que sólo le quedaba reírse. Fue lo que hizo, dos manzanas más allá, tras echarse una carrera de nuevo, saboreando el sabor metálico y frío en su boca, abierta y sedienta, al aire de invierno.

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Hola. No sé escribir. Adiós.
BWV 639
Ya sabéis que a mí estas cosas me animan.